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SÓLO LOS MUERTOS Alexis Ravelo Anroart Ediciones, S. L. |
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Aprovechando el tirón del género negro en
España, a finales del siglo pasado comenzaron a despuntar en las islas algunos
escritores prestos a referir la crónica negra, irrigando sus casos de
corrupción, asesinatos, organizaciones criminales, tráfico de drogas, desapariciones
y otros asuntos turbios que ponen de manifiesto que no es precisamente una suerte
vivir aquí. El seguro de sol maravilla, pero no oculta las sombras que envuelven
a una compacta y a la vez compleja urdimbre
económica y social cuya ley es la del silencio.
El escenario donde se desarrollan sus
novelas, las novelas de Ravelo, es la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria,
(«ciudad que amo y odio a un tiempo», según el propio autor), a la que éste
reviste con lugares supuestos para desplazarla al terreno de la ficción sin
dejar por ello de lado la evidencia. No tiene el habitante de Las Palmas de
Gran Canaria la sensación de habitar una ciudad especialmente violenta, pero
basta leer una novela de Ravelo para entender algo que distingue al buen
escritor: lo que cuenta, aunque no haya pasado, es factible de hacerlo, porque
personajes e impulsos para ello los hay en estas islas.
«Héctor Fuentes tomó un avión en dirección a
Gran Canaria y después se lo tragó la tierra». Con estas palabras comienza
«Sólo los muertos», la segunda entrega de la serie de Eladio Monroy ideada por
el escritor grancanario Alexis Ravelo. Ravelo es un sustancioso descubrimiento
literario originario de las islas, (me niego a aplicarles el calificativo de
«afortunadas»), que tiene una forma muy peculiar de escribir que nos traslada a
los clásicos del género, Ledesma y Madrid. Sus novelas han sabido crear un
universo particular y creíble, un microcosmos entrañable, (sobre todo para los
que somos de aquí), donde la Gloria y su
carácter zampón, el senegalés Dudú y su pequinés Mecánico, el Chapi y sus
porros de media mañana, el tuerto Casimiro, (Polifemo en miniatura según Ravelo)
o el fofo y aburrido comisario Déniz y su promiscua Paloma son ejemplos vivos
de la fauna dispar que puebla las islas.
En las novelas de Ravelo los arquetipos urbanos,
aquellos que son reclamados por la trama, emanan de la personalidad de Monroy: «En los libros de Eladio Monroy, lo
que mejor describe la ciudad no es un espacio o una calle concreta, sino el
carácter de Eladio: me di cuenta de que este personaje era la ciudad. Por este
motivo, la personalidad de Eladio es un mosaico de claroscuros y contrastes: es
un tipo sentimental y violento, duro pero tierno, superviviente y perdedor. Su
vestimenta campechana se alterna con un
perfecto dominio de internet y, luego suele emplear un lenguaje soez
mientras, a un tiempo, lee a los mejores literatos. Eladio representa a esa
ciudad de los portuarios que, de repente, se ha metido en la globalización.»
Eladio Monroy reside en la calle Murga número
15, en las inmediaciones de la Mayor de Triana, tres pisos por debajo de su
atractiva vecina Gloria y su voraz apetito. Todos los días Monroy se pregunta
qué hacer al tiempo que se responde que casi nada. Sentado en su mesa habitual
del bar Casablanca, en la calle León y Castillo, hojea el periódico del día mientras
degusta el café que le sirve el tuerto Casimiro, multitareas del bar. Eladio
Monroy es un antiguo jefe de máquinas de la marina mercante, divorciado y a la
vez jubilado por obra y gracia de José González (don José para sus pacientes, “Pepita”
para los amigos), en su día inspector médico de la Casa del Marino y hoy
dedicado a sus aficiones para matar el rato. Monroy vive de los pequeños
rituales que tejen la rutina diaria de toda persona.
Este «Philip Marlowe de garrafón», como le
adjetiva el propio escritor, contacta con Carlos Molina, empleado en una
agencia de investigación, quien le propone la búsqueda de Héctor Fuentes, un
ejecutivo homosexual que huye a Gran Canaria con los secretos de una
multinacional por equipaje. Amante de la buena literatura Fuentes, participante
en foros literarios en internet, frecuenta la librería Ei2, una de las tantas
que pueblan la calle de Triana, donde es controlado por Gloria, encargada de la
venta de libros. Monroy localiza a Fuentes entre los estantes de la librería y
le persigue hasta el monumento a Juan Negrín, en la bifurcación de Triana con
San Pedro. Allí, en la terraza El Mordisco, traba conversación con él y toma
conocimiento de su intención de vivir una vida sabática con su pareja, un
cocinero asturiano de alto standing, que
responde al nombre de Nico. La historia se complica cuando Fuente aparece
muerto en su casa por «causas naturales», o al menos ésa es la conclusión a la
que llega el comisario Déniz cuando se tropieza con un fiambre con un par de
puñaladas en el pecho y otra en el cuello. Y la verdad es que razones no le
faltan para pronunciarse así. Lo cierto es que Monroy se ve involucrado en un
caso que le viene algo grande. No es la primera vez que se mete en líos. Pero
quizás ésta sea la última...
Ravelo, que en su blog «Ceremonias / pequeñas
píldoras para leer rápido y pensar despacio», bromea consigo mismo etiquetándose
de “escritorzuelo” y “escribidor” afirma que el texto no es más que escritura
hasta que la mirada del lector lo convierte en literatura. Presume de un estilo
rápido, supedita la estética al desarrollo del argumento, con constantes juegos
lingüísticos y conceptuales. Los males de la globalización, la opresión de los
menos privilegiados, la homofobia y la violencia de género tienen cabida en sus
novelas, con fidelidad a las constantes del género negro y con frecuentes
guiños a la tradición literaria canaria. Así, en sus narraciones están presentes
la crudeza del escritor surrealista tinerfeño Agustín Espinosa (Ravelo no se
cansa de reivindicar “Crimen” como una de sus obras de referencia) y la ironía amarga
de Alonso Quesada. «Llegué a la novela negra por casualidad. Había escrito ya
un par de cuentos de corte fantástico y varias obras de teatro, también novelas
de corte psicológico que tuve el buen gusto de tirar a la basura. Así que más
por divertimento que para demostrarme nada en concreto, me planteé un ejercicio
de estilo consistente en escribir una historia hard boiled que estuviera
ambientada en la ciudad en la que vivía y en la que, no por ello, cambiara
ninguna de la constantes del género. Y, fíjate, creo que en esto había algo de
las reflexiones de Pedro García Cabrero y Agustín Espinosa en torno a nuestro
paisaje, pues tuve que reflexionar mucho sobre mi entorno, mistificarlo en una
ficción verosímil, por decirlo de alguna manera. Al final hice una concesión:
el protagonista no es un detective, sino una especie de rufián. Por lo demás,
las constantes del género estaban ahí, los críticos no la trataron mal y los
lectores le hicieron el boca a oreja, lo cual me dijo que no iba por mal
camino.»
La novela policiaca, o “negra” como la
denominan los franceses, cuenta desde hace años con acento canario gracias al
trabajo de unos narradores a los que no debemos perder el rastro. Entre ellos,
Alexis Ravelo, con una obra sólida y consistente, seria y libre, se encuentra en
la punta de lanza del género. Y como vulgarmente se dice “llegó para quedarse”:
«No he huido de la novela negra. Solo huyo de la policía antidisturbios, de la
otra no porque no tengo motivos. Todavía.»
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