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viernes, 23 de junio de 2017

EL DETECTIVE NOSTÁLGICO. (José Luis Correa)

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EL DETECTIVE NOSTÁLGICO
José Luis Correa
ALBA EDITORIAL, S. L. U.
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«El detective nostálgico» es, más allá de un misterioso viaje por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, un viaje introspectivo al interior de Ricardo Blanco. La creación de Blanco supone la aportación más significativa del escritor grancanario José Luis Correa al panorama literario español. Su novela es una profunda reflexión sobre la condición humana y un tratado íntimo sobre el miedo, la venganza y el odio. «Ricardo Blanco me da pie a reflexionar sobre ciertos asuntos, a hacerme preguntas y cuestionarlas. Me viene bien que Blanco se encuentre afligido, porque así está centrado en el análisis de la vida.» En las primeras páginas de la narración Blanco sufre una agresión por parte de un desconocido. El detective es herido en el zaguán de su casa: «La primera bala destrozó el quinto azulejo contando por la izquierda. La segunda rebotó en un peldaño y fue a incrustarse en el buzón del ático B. La tercera me atravesó la clavícula, dejando tras de sí un dolor silencioso y un olor a carne quemada del que me costó Dios y ayuda desprenderme.» Ni que decir tiene que Blanco sobrevive al atentado y comienza así una profunda reflexión sobre su pasado y la búsqueda de los posibles motivos que han llevado a su agresor a intentar acabar con su vida. Después de darle mil vueltas al asunto Blanco llega a la conclusión de que su atacante es un aficionado. Lo de los tres disparos y la persecución por la escalera no encaja con la actuación de un profesional. No puede ser otro que un chapucero movido por la rabia. Tal vez una venganza. Lo cierto es que Blanco no encuentra hilo conveniente del que tirar...

Cuando los escritores más entregados hablan de sus personajes lo hacen como si éstos tuvieran vida propia y así Correa opina sobre su creación: «Hace balance y analiza sobre lo que es importante y lo que no lo es. Sufre un tiroteo y ve el lado oscuro de la muerte.» Blanco alcanza su plena madurez -se encuentra ya rondando los sesenta años-, cansado y reflexivo. Y sobre todo nostálgico. «Con el tiempo he descubierto que, al revés de la mayoría de la gente, yo no vivo la soledad como un entreacto entre dos amores. Yo me enamoro en el puente que une dos soledades. Y no tengo claro si puedo echarle la culpa a mi forma de ser, a mi trabajo o al puñetero destino.»

Correa es consciente de que la narración no tiene el dinamismo de una novela negra ya que el protagonista se pasa la mayor parte de la trama intentando recomponer las piezas del caso desde el sofá de su casa. «Al principio Blanco cree que la agresión proviene de un caso anterior, y eso me sirve de excusa para plantear reflexiones sobre sus recuerdos.» No deja de sorprenderme la maestría de algunos escritores para transmitir tanto en tan pocas páginas y sobre todo para lograr plasmar con tanto detalle los sentimientos: «Intenté pensar en algo agradable, recordar la última vez que había sido feliz. Me vino a la mente un paseo por la playa. Mis pies descalzos. La marea borrando cada una de mis huellas. Mi sombra como un péndulo que viene y va, entre el agua y la arena. Funcionó. El dolor se había enfriado.» Esta apatía de su personaje no preocupa a Correa que prefiere pensar que son «cosas que pasan a la gente normal con las única licencia que se permite la ficción.»

En «El detective nostálgico» Correa convierte a su personaje en víctima en un intento de retrotraerlo al pasado. A su día de nacimiento, un viernes. Al día de su primera comunión, en Santo Domingo. A sus días de estudiante en un colegio de curas. Al recuerdo de su primer amor, Malena. A sus días de mili en León. A sus relaciones con su abuelo Colacho. (No sabría decir cuántas cosas heredé de él. Y tampoco sabría encontrar su tumba en San Lázaro.) La introspección es algo intrínseco en la vida de Ricardo Blanco. Nada relacionado con aquella necesidad de confirmar su existencia presente en la primera novela de la serie: «Mi abuelo era la única persona que podía confirmar que yo había existido alguna vez, que no había sido un sueño de un triste escritor de novela negra, la invención de un profesor de literatura de provincias.»

Correa ubica sus historias en un paisaje próximo, concreto y palpable. Sus personajes se mueven por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria –y en general por toda la isla- con la seguridad que les otorga un escritor que conoce el terreno al dedillo. No ha sido ésta, curiosamente, la opción preferente de los escritores canarios a lo largo de la historia. Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad singular, con grandes bolsas de pobreza y con una tasa de paro altísima. Sin embargo, cosa paradójica, es también una ciudad cosmopolita y elegante. Cuando pensamos en ciudades cosmopolitas se nos viene a la mente miles de etnias fusionadas en un mismo espacio, concentradas en un punto común y la certeza de ser algo más libres y abiertos. Las Palmas es un lugar privilegiado entre el mar y las montañas, destino de turismo de negocio y finanzas, con una actividad frenética durante las veinticuatro horas del día.   

Correa rastrea en la realidad más oscura de una isla llena de luz para ensombrecer sus novelas con todo aquello que forma parte de lo más íntimo del ser humano. No es consciente el ciudadano de estas islas de vivir en un lugar especialmente violento. Pero basta hojear una de las novelas de este autor para llegar al convencimiento de que en la ciudad del sol todo es posible. Hasta el punto de recrear una balacera en el tranquilo y silencioso barrio de Acusa Seca en la no menos tranquila y silenciosa ciudad de Artenara, ante la presencia de cabras y baifos que triscan en el heno.

Más allá de la inequívoca habilidad narrativa de José Luis Correa destaca en su literatura el uso natural y consciente del español de Canarias. El seseo generalizado, el empleo del pretérito indefinido en lugar del pretérito perfecto, la aspiración del sonido ¨j¨, la utilización del pronombre personal “ustedes” para la segunda persona del plural y todo un diccionario de voces  propias –los llamados “canarismos”-, que dan identidad al léxico de estas islas. Vocablos como guagua y fotingo, guayaba y tunera, baifo y jaira, gofio y mencey y expresiones del tipo voy para allá, amularse o picar el ojo enriquecen una narrativa ya de por sí conceptiva que ha llegado a hacer de Correa una de las voces más genuinas del panorama literario actual.
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sábado, 17 de junio de 2017

MIENTRAS SEAMOS JÓVENES. (José Luis Correa)

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MIENTRAS SEAMOS JÓVENES
José Luis Correa
ALBA EDITORIAL
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Ricardo Blanco no es nuevo en estas lides de la investigación. Ricardo Blanco forma ya parte de la imaginería de la novela negra española por derecho propio desde que allá por 2003 se dio a conocer en «Quince días de noviembre». A partir de entonces hemos tenido ocasión de disfrutarlo en ocho entregas más de la saga, todas ellas publicadas por Alba editorial. El título de ésta que traemos a colación hoy, la octava de la serie, forma parte del himno universitario “Gaudeamus Igitur” (Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes. Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez, nos recibirá la tierra.) y se inicia con el descubrimiento del cuerpo sin vida de una estudiante italiana de doctorado en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y la detención de su supuesto asesino, un profesor de patología animal con dedicación en la facultad de Veterinaria de dicha Universidad.

Las casualidades de la vida hicieron que la presentación de «Mientras seamos jóvenes» tuviera que ser cancelada en su momento. El día anterior fue encontrado el cuerpo sin vida de una alumna de la universidad. Había sido asesinada en su propio domicilio a base de recibir severos golpes en la cabeza. El hecho mantiene similitudes notables con la descripción que Correa hace del asesinato de su protagonista. «¿Opiniones y conjeturas? Tal vez. Sim embargo, existía un hecho crudo y objetivo. El de una muchacha muerta en el zaguán de su piso, en la calle Montevideo. La cabeza reventada contra el cuarto escalón. La falda por la cintura. Las bragas alrededor del tobillo derecho. Los ojos entreabiertos. Y una mueca de horror imposible de olvidar.» La asonancia entre la realidad y la ficción, no podía ser de otra forma, afectó en grado sumo a las emociones del escritor.

La novela comienza con una entrevista en la cárcel del Salto del Negro, en la capital grancanaria, entre Jorge del Amo, asesino inconfeso de la estudiante italiana Paola Bortolucci, y Ricardo Blanco, un detective a la antigua usanza, un tipo duro y sentimental, sesentón pero con el espíritu del mejor Marlowe, bogartiano él, amante del jazz, que se presenta como un ser ingenioso, solitario y tremendamente cáustico. En ella Del Amo declara haber sido objeto de una encerrona, detrás de la cual intuye la sombra proyectada por alguien que quiere joderlo bien jodido. Paola había desembarcado en la isla a principios de septiembre con el comienzo del curso, recomendada por prestigiosos profesores de Sicilia. Sus relaciones con Del Amo comenzaron antes de Navidad, quizás generadas por el subidón que le proporcionaba a éste el hecho de que una mujer joven se hubiera fijado en él. A medida que se adentra en la investigación, Blanco no se siente seguro de que su cliente merezca el tiempo que le dedica para librarlo de una condena que todos dan por segura. No en vano a Del Amo le acompaña una fama de arrogante, de maltratador y mujeriego, que hace que a Blanco no le caiga bien. «No me caía bien. Me jodía reconocerlo pero Jorge del Amo no me caía bien. Desde la primera vez que lo vi en aquella habitación desabrida del salto del Negro hubo algo en él que no me convenció.»

«Mientras seamos jóvenes» es una novela que discurre sin diálogos, lo que no implica que no los haya. Es el cuentista, en este caso el propio detective, el que nos los deja entrever en una narración en primera persona, con una prosa ágil y dinámica, un lenguaje poético y directo a la emoción, unos personajes solitarios y complejos, el tema recurrente de la muerte y la visión socarrona del mundo, algo muy característico del personaje de estas tierras, ya presente en las novelas costumbristas de Galdós. En su «Carta a Pepe Carvalho» Correa lo deja bien claro: «¿Y qué me dices del humor? Sin duda es algo que tiene que ver con éso de la comida. A los parientes del norte les da acidez, a nosotros socarronería. Por eso ellos tienen ese rictus malhumorado y tieso, por éso sostienen la filosofía del amargado. Nosotros no, querido Pepe. Nosotros nos tomamos la vida de otra forma. Nos sabemos igual de perdedores, igual de mortales que ellos pero sobrevivimos a nuestra mortalidad con grandes dosis de humor. Nos encogemos de humor. Y sonreímos.»

La violencia de género, las intrigas académicas, los conflictos generacionales, la inmigración, la xenofobia, la lentitud de la justicia y la burocracia, se dan la mano en una obra que es, además de una novela negra, una reflexión sobre la actualidad (la local y la de otras latitudes) y un tratado sobre el miedo, la venganza y el odio. Según palabras  del propio Correa: «el escritor siempre trata de reflejar el alma humana, la bondad y la maldad, y los maltratos. Un tema éste delicado porque afecta a la vida cotidiana y doméstica y el inductor es alguien cercano, de tu propia familia, no un enemigo externo.»

A José Luis Correa le cuesta reconocerse como escritor de novela negra, él sólo se reconoce como escritor. Y tiene motivos para ello, no en vano su carrera de novelista se ha visto refrendada con importantes distinciones, como el premio Benito Pérez Armas, en Santa Cruz de Tenerife, 2000, el Ciudad de Telde, en Las Palmas de Gran Canaria en 2002 y el Vargas Llosa, en Murcia, también en 2002. «Muchos amigos consideran que mi novela no es negra, que es medio gris... Puede ser. Lo que está claro es que mi ritmo narrativo se acerca mucho más al bolero que a una trama de puñalada tras puñalada.» Lo cierto es que las novelas de Correa tienen carácter, son propias de un novelista que goza de un gran dominio de los recursos narrativos, que orienta hacia la caracterización de los personajes. La descripción del espacio es ejemplar. No se puede negar que «Mientras  seamos jóvenes» es un magnífico friso de los lugares, las gentes y los entresijos de Las Palmas de Gran Canaria. «A mí Las Palmas me ha parecido siempre una ciudad muy literaria. Aparte de mi amor por ella, entiendo que aquí se vive, se muere, se ama, se siente uno solo, en compañía, se disfruta, se hiere como en cualquier lugar del mundo. Mis personajes no podrían vivir en otro lugar. Piensan y viven como isleños y es natural que vivan aquí.»

José Luis Correa se confiesa un vago. La documentación le produce urticaria (según sus propias palabras) porque le requiere mucho tiempo y a él, como a todo escritor, lo que le gusta es escribir...
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miércoles, 7 de junio de 2017

1ª EDICIÓN: ¿ACASO NO MATAN A LOS CABALLOS? (H. McCOY)

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¿ACASO NO MATAN A LOS CABALLOS?
(THEY SHOOT HORSES, DON´T THEY?)
HORACE McCOY
SIMON AND SCHUSTER
1935
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domingo, 4 de junio de 2017

ASESINATO EN EL COMITÉ CENTRAL. (M. Vázquez Montalbán)

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ASESINATO EN EL COMITÉ CENTRAL
Manuel Vázquez Montalbán
EDITORIAL PLANETA
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Manuel Vázquez Montalbán, periodista, escritor y miembro del Comité Ejecutivo del PSUC, presenta en «Asesinato en el Comité Central» lo que el autor considera una novela de aventuras y una crítica al sentido religioso de la militancia del Partido Comunista. En medio de una profunda crisis de identidad el PCE afronta la reunión de su Comité Central en un ambiente de lo más tenso. El partido ha aglutinado a su alrededor gran parte del descontento social y ha sido incapaz de convertir ese apoyo en votos. Las luchas internas están a la orden del día. Según la trama argumental Fernando Garrido, secretario general del PCE, muere asesinado tras un breve apagón de luz en el transcurso de una sesión del sanedrín del partido. Un dolor de hielo le traspasó el chaleco y le vació la vida. «Volvió la luz y Santos fue el primero en comprender que la escena había cambiado, que no era normal que Fernando Garrido tuviera la cabeza sobre su carpeta, una cabeza ladeada que le enseñaba la boca abierta y los ojos más vidriados que los gruesos cristales de las gafas desplazadas hacia la frente.» Aquel, el partido, encargará la investigación a Pepe Carvalho, detective, hombre maduro y gourmet, ex agente de la CIA y antiguo militante comunista. Para Montalbán «Asesinato en el Comité Central» es, según sus propias palabras, «Una novela que entra en la fatalidad de muchas lecturas. Soy consciente de ello y he ido aplazando su publicación para que no pudiera interpretarse como una crítica en momentos en que había problemas en el Partido Comunista.»

El Partido Comunista de España (PCE) había nacido de la unión del Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español y había sido legalizado en la Semana Santa de 1977 al amparo de la Ley para la Reforma Política impulsada por el Gobierno del entonces presidente Suárez. En aquellos momentos coexistían en el partido dos tendencias antagónicas y contrarias a la dirección del secretario general: «los leninistas» (también denominados “prosoviéticos”) que se encontraban muy cercanos a una postura ortodoxa y ligada a las directrices de la Unión Soviética y «los renovadores» que, por el contrario, defendían una actitud más moderada y aperturista. En 1981, el Partido Comunista estaba en crisis y el Partid Socialista Unificat de Catalunya también soportaba fuertes tensiones internas pese a haber conseguido una mayor presencia popular. Crisis de identidad, crisis generacional y crisis estratégica, todo en uno.

El argumento de «Asesinato en el Comité Central» gira en torno a  la corrupción de las instituciones sociales: el Partido Comunista Español, el gobierno, la CIA, el comunismo europeo y los partidos de derechas. También se deja notar el elogio a la dedicación y los sacrificios de los comunistas, víctimas a lo largo de su historia de innumerables asesinatos, persecuciones, encarcelamientos y exilios. Su lucha en la época de Franco por el bienestar social y su idealismo utópico, hechos todos ellos  que contrastan con la actualidad posfranquista y su papel ambiguo en alianza con el gobierno socio-democrático del PSOE. Así, según palabras de uno de los personajes de la novela: «Tal vez no tengamos una presencia relevante cuantitativamente hablando. Pero si tenemos una importante presencia cualitativa. Cuando se sale de una dictadura en general, sólo están realmente organizados los que han combatido sistemáticamente contra esa dictadura. En el caso de España éramos los comunistas. Éso nos hace imprescindibles en cualquier estrategia de izquierdas y para cualquier proceso de consolidación democrática.»

No pasa inadvertida en la novela la idealización de la figura  del añoso Santos Pacheco,  representante de la generación de los treinta, aquellos que vieron los primeros brotes del comunismo en los años de la Segunda República, aquellos que tuvieron que enfrentarse a todos los horrores de la guerra y el franquismo, en contraste con la generación joven -la que representa aquí Esparza Julve- que se sienten traicionados por la historia y sus mayores y que buscan alejarse de ellos. «Por aquella cabeza  ya no pasaban las sombras animadas de las dudas, sino recuerdos, una, dos, tres, mil biografías en relación con Esparza Julve, con Julvito. Carvalho había visto en los ojos de Santos la progresiva conformación de un ruego: ése no, por favor, otro cualquiera, ése no.»

Conviene dejar claro que en una novela negra lo importante no es tanto descubrir al asesino como destacar las peripecias violentas del investigador privado y su capacidad para afrontarlas. La novela negra es, esencialmente, acción. Aquí, como no podía ser menos, se nos presenta un protagonista heroico, fuerte, inteligente, audaz, violento e imparable en la búsqueda de la verdad y la defensa del bien. A este respecto dos cosas son destacables. La acción no transcurre en Barcelona, sino en Madrid. El clima que se respira aquí es el de la capital de España, contemplado desde la perspectiva de un periférico. Montalbán ofrece una visión lejana de Madrid, una visión crítica y por momentos injusta. Muy en el fondo se perciben las virtudes de una Barcelona “más europea” frente a la crudeza y simpleza de un Madrid más arcaico. «Yo suelo protagonizar películas en blanco y negro. Ustedes me ofrecen una superproducción en Technirama, con gobiernos y aparatos policiales por medio. Además en Madrid. Estoy cansado de viajar. Conozco Barcelona palmo a palmo y a pesar de eso a veces me resulta insoportable. Imagínense moviéndome por Madrid, una ciudad llena de rascacielos, funcionarios del ex régimen.» Y además, para colmo de males, la acción se sitúa en el seno del Comité Central del Partido Comunista de España, un mundo cerrado, con sus propias leyes y con personajes definidos en clave.

Contemplada desde la perspectiva actual «Asesinato en el Comité Central» tiene algunos aspectos mejorables. Muchos de sus personajes parecen estereotipos, algo de lo que ya avisó el autor en la presentación de la obra: «Fundamentalmente, los personajes son arquetipos, no personajes reales. La gente pensará, por ejemplo, que trato con excesivo cariño al sucesor del secretario general; pero si lo hago así es porque creo que no existe este sucesor. Hay quien cree identificar en el libro a Simón Sánchez Montero. Pero no es él, son varios.» Por otro lado, la urdimbre resulta un tanto tosca, con referencias y situaciones demagógicas en exceso. En cualquier caso queda al descubierto la mediocridad de las organizaciones, la falta de escrúpulos de quienes aspiran a controlar la existencia del prójimo, el mal funcionamiento de las instituciones, las traiciones y puñaladas traperas en política, en definitiva, las miserias del ser humano.
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