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LA CHICA DE CASSIDY. (Cassidy´s Girl) David Goodis TRADUCCIÓN: Celia Filipetto EDICIONES VERSAL |
Cuando abrimos una novela de David Goodis,
podemos estar seguros de dos cosas: que la acción se va a desarrollar en Filadelfia y que aquella va a estar
poblada de personajes cuyas vidas no tienen ningún significado, ni siquiera
para sí mismos. Y eso es exactamente lo que se obtiene cuando uno se
sumerge en la lectura de «La chica de Cassidy», un trabajo realizado en 1951
por el maestro de la narración de los seres humanos condenados. Y digo
condenados porque incluso en este libro, que tiene un final feliz, los
personajes son almas perdidas, lanzadas por la borda, arrinconadas en las
sucias calles de la línea costera del rio Delaware, allá en Filadelfia.
Jim Cassidy es un perdedor y un borracho. Sus
amigos, a los que dedica la mayor parte de su tiempo, son perdedores y
borrachos. Su esposa, Mildred, a quien odia -la sensación es mutua- es asimismo
una perdedora. Como no podía ser menos también es adicta a la bebida. Cassidy
pasa sus noches rodeado de perdedores en un bar local –el Lundys´s Place- después
de realizar su trabajo como conductor de autobús. Sin embargo, no siempre fue
así. No siempre su vida fue un billete de ida a la nada junto a los
borrachos locales. No mucho tiempo atrás Cassidy lo tenía todo. Fue un atleta
destacado en la Secundaria y en la Universidad de Oregon, y se convirtió en aviador
durante la Segunda Guerra Mundial. Acabada ésta realizó una gran carrera como
piloto de una línea aérea comercial. Pero luego, el mundo de Cassidy se
vino abajo y ardió bajo un montón de llamas cuando un avión que pilotaba tuvo
un accidente que dejó una gran cantidad de personas muertas. El copiloto
sugirió que Cassidy volaba borracho y éste reivindicó lo contrario. Pero
el daño ya estaba hecho, y su vida quedó arruinada.
La trama de «La chica de Cassidy» se inicia tras
un agotador día de trabajo, cuando Cassidy regresa a casa en espera de
encontrar una esposa cariñosa que le tenga
preparada la comida. Por desgracia para él se casó con Mildred, una mujer
indolente que le presenta un hogar en ruinas después de un festival de bebida
con sus amigos, y que ni siquiera ha tenido la decencia de limpiar el alcohol
derramado. Cassidy decide que ya ha tenido suficiente, y se dispone a dejar
atrás a Mildred y la vida que lleva a su lado. Así pues, vuelca todas sus
esperanzas en una nueva cara, una inocente alcohólica llamada Doris. Doris
es una chica de veintitantos años que, tras perder a su familia en un incendio
doméstico, bebe hasta morir. De tez cetrina y ojos vacíos, Doris hace el amor
con la botella todos los días y todas las noches. Cassidy se enamora, más por
interés genuino que por lujuria, y finalmente se va a vivir con ella. Llegados
a este punto cabe preguntarse: ¿Tal vez sea Doris la «chica de Cassidy»? ¿No
sería agradable? Ellos podrían comenzar una nueva vida juntos, sin Mildred y sin la odiosa bebida.
Cassidy intenta conseguir que Doris deje de
beber, a pesar de que las recaídas de
ésta son continuas. Es una fantasía salvaje. Él incluso prevé una vida adecuada
junto a ella, frecuentando restaurantes de calidad y bebiendo una copita de
jerez después de la cena. “Un jerez seco de vez en cuando. Una copita de
moscatel. Y él haría otro tanto. No habría necesidad de beber del otro modo”,
se dice a sí mismo. Mildred, sin embargo, tiene ideas diferentes, y los
problemas de Cassidy comienzan a multiplicarse. Aquí reside la razón por
la que Goodis fue un gran escritor. Él toma unos personajes situados muy abajo
en la escala social y se preocupa por ellos. Aun cuando se sabe que no
tienen absolutamente ninguna salida, todavía importan. «La chica de Cassidy» se lee como
un mensaje de esperanza que Goodis lanza a todas estas personas, y a todos aquellos perdedores que
nunca aparecieron en sus novelas. «Pero él, Cassidy, no los había perdido.
Todavía conservaba esas cosas enterradas muy hondas dentro de sí, y sabía que
allí estaban. En su mente, en su corazón, se decía que no había perdido ni el
valor, ni la chispa, ni el vigor, que nunca los perdería. Eran la maravillosa
sustancia, el fuego, las ganas y mientras tuviera todo eso, mientras no se consumieran,
había esperanza, habría una oportunidad.»
Bajo esta perspectiva, «La chica de Cassidy» es atractiva,
tensa y violenta. Cualquiera que sea la agitación que haya rodeado a
Goodis en su vida privada se canaliza, si no se recrea, en estas páginas. Por
momentos la trama se ejecuta a un ritmo vertiginoso y, como un nudo proverbial,
aprieta alrededor del cuello de Cassidy. A veces, la escritura es tan
rápida que llega a considerarse como un
resumen de la trama, pero hay momentos en los que Goodis se ralentiza y se toma
su tiempo. Una secuencia que ejemplifica todo esto es aquella en la que
Cassidy imagina lo que será su nueva vida. Tal vez por eso se permite
tanto tiempo para disfrutar de su fantasía junto a Doris.
«La chica de Cassidy» vendió más de un millón
de copias en sus momentos de máximo apogeo, allá por 1951. El trabajo de Goodis
es cambiante, cavilado, y atmosférico, no en vano Goodis posee un absoluto
dominio de la atmósfera. No siempre es de noche en una novela de David
Goodis, pero siempre el sentimiento del lector es como si lo fuera. Su
biógrafo Phillipe Garnier llega a decir de él: “Se me hace muy difícil
imaginar la primavera en Filadelfia."
La prosa de Goodis es, en su mayor parte,
simple y sencilla, pero marcada por imágenes evocadoras y una forma de hablar
que, por muy intrigante que sea, no resulta molesta. El universo de Goodis está
poblado de juerguistas y perdedores, de personajes que han abandonado la
esperanza hace mucho tiempo. La sociedad no les ofrece nada. En el gran esquema
de la existencia, sus realidades no tienen razón de ser, son extras en pequeños
trabajos, su presencia solo tiene sentido en barrios degradados y en bares de
mala calidad. Y luego está el alcohol. A veces el sexo. Se olvidan de que son
protagonistas y se aferran a la vida. A lo poco que ésta les concede. Fracasados,
prostitutas, asesinos, borrachos, en los que florece una humanidad primitiva,
curiosamente en movimiento. Esto es lo que hace que Goodis sea “el poeta
de las causas perdidas”, tal como lo calificó Geoffrey O'Brien.
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