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sábado, 26 de marzo de 2016

LA CHICA DE CASSIDY. (David Goodis)

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LA CHICA DE CASSIDY. (Cassidy´s Girl)
David Goodis
TRADUCCIÓN: Celia Filipetto
EDICIONES VERSAL
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Cuando abrimos una novela de David Goodis, podemos estar seguros de dos cosas: que la acción se va a desarrollar  en Filadelfia y que aquella va a estar poblada de personajes cuyas vidas no tienen ningún significado, ni siquiera para sí mismos. Y eso es exactamente lo que se obtiene cuando uno se sumerge en la lectura de «La chica de Cassidy», un trabajo realizado en 1951 por el maestro de la narración de los seres humanos condenados. Y digo condenados porque incluso en este libro, que tiene un final feliz, los personajes son almas perdidas, lanzadas por la borda, arrinconadas en las sucias calles de la línea costera del rio Delaware, allá en Filadelfia.

Jim Cassidy es un perdedor y un borracho. Sus amigos, a los que dedica la mayor parte de su tiempo, son perdedores y borrachos. Su esposa, Mildred, a quien odia -la sensación es mutua- es asimismo una perdedora. Como no podía ser menos también es adicta a la bebida. Cassidy pasa sus noches rodeado de perdedores en un bar local –el Lundys´s Place- después de realizar su trabajo como conductor de autobús. Sin embargo, no siempre fue así. No siempre su vida fue un billete de ida a la nada junto a los borrachos locales. No mucho tiempo atrás Cassidy lo tenía todo. Fue un atleta destacado en la Secundaria y en la Universidad de Oregon, y se convirtió en aviador durante la Segunda Guerra Mundial. Acabada ésta realizó una gran carrera como piloto de una línea aérea comercial. Pero luego, el mundo de Cassidy se vino abajo y ardió bajo un montón de llamas cuando un avión que pilotaba tuvo un accidente que dejó una gran cantidad de personas muertas. El copiloto sugirió que Cassidy volaba borracho y éste reivindicó lo contrario. Pero el daño ya estaba hecho, y su vida quedó arruinada.

La trama de «La chica de Cassidy» se inicia tras un agotador día de trabajo, cuando Cassidy regresa a casa en espera de encontrar  una esposa cariñosa que le tenga preparada la comida. Por desgracia para él se casó con Mildred, una mujer indolente que le presenta un hogar en ruinas después de un festival de bebida con sus amigos, y que ni siquiera ha tenido la decencia de limpiar el alcohol derramado. Cassidy decide que ya ha tenido suficiente, y se dispone a dejar atrás a Mildred y la vida que lleva a su lado. Así pues, vuelca todas sus esperanzas en una nueva cara, una inocente alcohólica llamada Doris. Doris es una chica de veintitantos años que, tras perder a su familia en un incendio doméstico, bebe hasta morir. De tez cetrina y ojos vacíos, Doris hace el amor con la botella todos los días y todas las noches. Cassidy se enamora, más por interés genuino que por lujuria, y finalmente se va a vivir con ella. Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿Tal vez sea Doris la «chica de Cassidy»? ¿No sería agradable? Ellos podrían comenzar una nueva vida  juntos, sin Mildred y sin la odiosa bebida.

Cassidy intenta conseguir que Doris deje de beber, a pesar de  que las recaídas de ésta son continuas. Es una fantasía salvaje. Él incluso prevé una vida adecuada junto a ella, frecuentando restaurantes de calidad y bebiendo una copita de jerez después de la cena. “Un jerez seco de vez en cuando. Una copita de moscatel. Y él haría otro tanto. No habría necesidad de beber del otro modo”, se dice a sí mismo. Mildred, sin embargo, tiene ideas diferentes, y los problemas de Cassidy comienzan a multiplicarse. Aquí reside la razón por la que Goodis fue un gran escritor. Él toma unos personajes situados muy abajo en la escala social y se preocupa por ellos. Aun cuando se sabe que no tienen absolutamente ninguna salida, todavía importan. «La chica de Cassidy» se lee como un mensaje de esperanza que Goodis lanza a todas estas  personas, y a todos aquellos perdedores que nunca aparecieron en sus novelas. «Pero él, Cassidy, no los había perdido. Todavía conservaba esas cosas enterradas muy hondas dentro de sí, y sabía que allí estaban. En su mente, en su corazón, se decía que no había perdido ni el valor, ni la chispa, ni el vigor, que nunca los perdería. Eran la maravillosa sustancia, el fuego, las ganas y mientras tuviera todo eso, mientras no se consumieran, había esperanza, habría una oportunidad.»

Bajo esta perspectiva, «La chica de Cassidy» es atractiva, tensa y violenta. Cualquiera que sea la agitación que haya rodeado a Goodis en su vida privada se canaliza, si no se recrea, en estas páginas. Por momentos la trama se ejecuta a un ritmo vertiginoso y, como un nudo proverbial, aprieta alrededor del cuello de Cassidy. A veces, la escritura es tan rápida que llega a considerarse  como un resumen de la trama, pero hay momentos en los que Goodis se ralentiza y se toma su tiempo. Una secuencia que ejemplifica todo esto es aquella en la que Cassidy imagina lo que será su nueva vida. Tal vez por eso se permite tanto tiempo para disfrutar de su fantasía junto a Doris.

«La chica de Cassidy» vendió más de un millón de copias en sus momentos de máximo apogeo, allá por 1951. El trabajo de Goodis es cambiante, cavilado, y atmosférico, no en vano Goodis posee un absoluto dominio de la atmósfera. No siempre es de noche en una novela de David Goodis, pero siempre el sentimiento del lector es como si lo fuera. Su biógrafo Phillipe Garnier llega a decir de él: “Se me hace muy difícil imaginar la primavera en Filadelfia."

La prosa de Goodis es, en su mayor parte, simple y sencilla, pero marcada por imágenes evocadoras y una forma de hablar que, por muy intrigante que sea, no resulta molesta. El universo de Goodis está poblado de juerguistas y perdedores, de personajes que han abandonado la esperanza hace mucho tiempo. La sociedad no les ofrece nada. En el gran esquema de la existencia, sus realidades no tienen razón de ser, son extras en pequeños trabajos, su presencia solo tiene sentido en barrios degradados y en bares de mala calidad. Y luego está el alcohol. A veces el sexo. Se olvidan de que son protagonistas y se aferran a la vida. A lo poco que ésta les concede. Fracasados, prostitutas, asesinos, borrachos, en los que florece una humanidad primitiva, curiosamente en movimiento. Esto es lo que hace que Goodis sea “el poeta de las causas perdidas”, tal como lo calificó Geoffrey O'Brien. 
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