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domingo, 5 de agosto de 2018

LA SED. (Jo Nesbø)

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LA SED (Tørst)
Jo Nesbø
TRADUCCIÓN: Lotte Katrine Tollefsen
PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL S. A. U.
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Sangre. Sí, sangre. Esta vez a Harry Hole le llama el olor de la sangre. La tranquilidad de Oslo está siendo turbada por un «vampirrista», alguien con un profundo trastorno psicológico que tiene un gusto especial por la sangre humana, sangre que trasiega como si de un gran reserva de rioja se tratase. La historia comienza con el asesinato de Elise Hermansen una joven abogada especializada en apoyar a víctimas de abusos sexuales que sufre un inesperado y terrible mordisco con unos dientes protésicos de hierro después de acudir a una decepcionante cita concertada a través de Tinder. Tinder, para los que no estén iniciados en ello, es una aplicación geosocial que permite la comunicación entre los usuarios en base a sus preferencias personales y que facilita su posterior encuentro. «Las nuevas tecnologías nos hacen más vulnerables pero nos adaptamos a ellas» opina Nesbø.

Los fragmentos de óxido y pintura negra que la dentadura metálica deja en las heridas de las víctimas tienen a la policía desconcertada. Se llega incluso a barajar la posibilidad de que alguien se haya afilado los dientes. Dos días después del hallazgo del primer cadáver aparece otro, una mujer de la misma edad también usuaria de Tinder, en una escena igual de inquietante y singularmente similar. A medida que los cadáveres del «vampirista» se van acumulando, el departamento de Delitos Violentos no ve otra solución que acudir a Harry Hole. Este se muestra renuente a aceptar un trabajo que se lo arrebató todo. El chupasangre le es familiar a Hole, está convencido de que es alguien a quien conoció en un pasado remoto. Así que, a pesar de la promesa hecha a su mujer de no volver a pisar el terreno de la investigación criminal, a pesar de todo lo que arriesga, es incapaz de dar la espalda a un trabajo con el que guarda una profunda relación de amor-odio. Es como si escuchara de nuevo «la voz de un hombre al que intenta no recordar» y se lanza a la caza de la figura que lo persigue.

«La existencia de los vampiros tiene su fundamento tanto en la zoología como en la ficción». El vocablo «vampiro» apareció allá por el siglo XVIII coincidiendo con el período de peste que asoló Europa, especialmente su zona oriental que es donde la leyenda adquirió una mayor relevancia, para designar a un engendro que chupaba la sangre de los vivos hasta matarlos. La enfermedad que padece tal aberración es conocida como «síndrome de Renfield», un término que hace alusión al personaje que, con el mismo nombre, fue descrito en uno de sus manuscritos por el novelista Bram Stoker en su archiconocida obra literaria «Drácula» en 1897. Hoy existen  algunas enfermedades como las epidemias de peste, la porfiria, la esquizofrenia y la rabia que ayudan, al menos parcialmente, a dar una explicación científica a la existencia de este fenómeno, la leyenda de los vampiros.

Los vampiros eran unos seres de aspecto aterrador, con una apariencia tan horrible que, previendo el susto, no se reflejaban en los espejos, y que hacían gala de una gran fortaleza física. Eran noctámbulos, actuaban solo de noche, y su principal característica era que atacaban de forma epidémica a los vivos a los que desangraban hasta producirles la muerte. Quienes sufrían el «vampirismo clínico» estaban en una zona intermedia entre la realidad y la fantasía. Eran gente que sentía la necesidad física y el impulso de beber sangre, la propia o la de otros, con tal de que fuera sangre, y para ello eran capaces de llegar al extremo de matar. «La sed» gira en torno a la idea de que «algunos investigadores cometen el error de creer que el vampirista, que es una persona normal pero enferma, está inspirada en primera instancia en estos mitos». Un vampirista es alguien que se satisface bebiendo sangre, así de simple y así de complejo. El vampirista de nuestra historia, un psicópata de pecho tatuado, un personaje que creíamos muerto en la cárcel en la entrega anterior, es un gourmet, un sibarita, una persona con un gusto especial por la sangre. Tanto es así que la bebe mezclada con limón después de hacerla pasar por la licuadora. ¡Tremendo explosivo! Como para no soltar la botella tras el primer sorbo.

Entre la omnipresencia de la música que salpica una serie que ha vendido ya más de treinta y tres millones de ejemplares en cuarenta idiomas (no olvidemos que Nesbø fue cantante de un grupo de rock y que esta pasión la ha heredado indefectiblemente  su detective) en «La sed» resurge la relación padre-hijo. La relación entre Hole y su hijastro Oleg. Oleg se postula como policía en la academia donde su padrastro imparte clases y  siente que este le traiciona cuando descuida a su madre, Rakel Fauke, en los momentos delicados en que esta permanece ingresada en el hospital de Ullevål con un coma inducido. «Cree que le traiciono al seguir con la investigación mientras ella está aquí» se lamenta Hole. Aquí radica el verdadero corazón de «La sed», la búsqueda de la reconciliación en lugar del reconocimiento y la aclamación. La elección moral y el consuelo pueden ser ilusiones a los ojos de algunos pero «hacemos lo que tenemos que hacer porque somos lo que somos». La pregunta surge por sí sola: ¿Qué hace Hole en esos momentos además de luchar contra los malos? Simplemente... ¡compra un bar! Que no es poco tratándose de Hole.

Lo que no deja de sorprender en la narración de Nesbø es el flujo y reflujo de los hilos de la trama. Perspectivas oblicuas, escenas fragmentadas y puntos focales cambiantes se suceden y crean una atmosfera inestable mientras la historia se desgrana dejando esquirlas a su paso. Los asesinatos se encadenan, cada uno más horroroso que el anterior, y aunque Hole aporta a la investigación el vigor necesario, se enfrenta a un revés tras otro. El pánico se extiende. Cuando le tiende una trampa al asesino, éste se encuentra un paso por delante...

Nesbo empaqueta su historia con papel suspense. En sus últimos capítulos la novela deja a un lado el procedimiento policial y amparada en la brutalidad de los asesinatos y los continuos e inesperados giros de la trama deriva hacia el horror. A pesar de ser una obra tan compleja y multicapa lo mejor de «La sed» es su dramático final. El escritor orquesta un gran desenlace que convoca a los dos antagonistas a un juego inteligente, dramático y lleno de acción.  Un juego que va a requerir al lector un vaso de buen rioja (mejor es dejar cóctel de sangre y limón para otra ocasión) para calmar los nervios. 
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