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EL PODER DEL PERRO. ( The Power of the Dog) Don Winslow TRADUCCIÓN: Eduardo G. Murillo PENGUIN RANDOM HOUSE, GRUPO EDITORIAL, S. A. U., 2009 |
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Publicada en 2005, «El
poder del perro» es una historia poderosa y compleja, en parte vinculada al delito y en parte a la historia. Fue
el noveno libro que firmó Don Winslow, después de la serie protagonizada por el
detective privado y trotamundos Neal Corey y las novelas «Isle of Joy» -publicada
bajo el pseudónimo de MacDonald
Lloyd (1996)-, «Death and Life
of Bobby Z», (Muerte y vida de Bobby Z, 1997) y «California Fire and Life» (1999). Todas
ellas muy buenas. Muy divertidas. Con unas tramas bien montadas a la vez que
sorpresivas. Sin embargo, «El poder del perro» es otra cosa. «El poder del
perro» muestra una fuerza narrativa extraordinaria y una redondez fuera de lo
común. «El poder del perro» es un profundo tratado sobre la moralidad y la
ética y lo que ocurre cuándo éstas desaparecen para dejar paso al caos y la
barbarie.
«El poder del
perro» es un relato desgarrador de lo que se considera el «Trampolín
mexicano» -el tráfico de cocaína de Medellín a Honduras, de allí a México y
desde éste a los Estados Unidos-, una leyenda que comienza a finales de 1970 y
concluye en mayo de 2004. La historia se hace aún más compleja y
fascinante por la colusión entre la mafia, los capos de la droga mexicanos y el
gobierno estadounidense. El tono de la narración es un tanto cínico e
irónico, un tono con el que se detallan los fracasos clandestinos y operativos
del denostado gobierno americano en su intento de detener el flujo de cocaína
desde México a los guetos de los Estados Unidos. La creencia popular es que el
tráfico de drogas mexicano fue destruido durante los días de la «Operación
Cóndor». Eso afirma el informe oficial, eso afirma la DEA, eso afirma el
Departamento de Estado..., pero la realidad es bien distinta.
En medio de un gran elenco destacan cinco
personajes, de sobresaliente caracterización y humanidad. Sus historias se
cuentan de forma independiente a través de una tercera persona narrativa, sin
embargo con el transcurrir del tiempo sus trayectorias se conectan y se
entrelazan. Winslow establece puentes afectivos entre ellos, lo que ocasiona
que el lector se contagie y apasione con tal disputa. El afecto se transforma
en el ingrediente adictivo de la novela: todo en ella es personal. Mientras
que la historia tiene varios hilos envolventes, el centro moral de la novela es
Art Keller –un héroe a su pesar-, un medio mexicano, desilusionado veterano de
Vietnam, ahora agente de la DEA. Keller se crio en el Barrio Logan, en el San
Diego estadounidense, y ha sido testigo de los estragos del consumo de drogas
ilícitas. Es descrito como un verdadero creyente de la “guerra contra las
drogas” y además es ambicioso. Su principal antagonista es Adán Barrera,
capo de la droga de Sinaloa, un ser inteligente, un hombre de negocios
estudioso, que se siente más cómodo con los números que con el sórdido “trabajo
sucio” que se manifiesta esencial para la construcción y el mantenimiento de su
extenso dominio penal. Encadenados en esta misma guerra se encuentran Nora
Hayden, una hermosa prostituta de alto standing, capaz de hacer enloquecer a
los hombres; el intrigante cardenal Juan Parada, un cura católico obsesionado
con la «Teología de la Liberación», y el asesino a sueldo Billy Boy Callan, un
personaje taciturno, adiestrado en las calles del West Side, donde creció
mecido por fábulas sangrientas.
Es a través de la Operación Cóndor -un trabajo conjunto entre el gobierno
estadounidense y el mexicano para exfoliar el opio de este país- que Keller se tropieza
con sus futuros enemigos, un policía del estado de Jalisco -Miguel Ángel
Barrera, conocido como «Tío Barrera»- y sus dos sobrinos -Raúl y Adán-, todos
ellos con una agenda propia de intereses. Keller y Barrera trabajan juntos
para encontrar al capo de la droga de Sinaloa, el viejo don Pedro Avilés. Un
craso error. El nuevo heredero del tráfico de la droga es Adán Barrera, y ambos
saben cómo ha llegado a serlo. Las secuelas de la «Operación Cóndor» no son lo que Keller espera. Son
aún peores. Todos los gomeros que el Tío Barrera seleccionó para sobrevivir a
la Operación Cóndor están presentes cuando se realiza el reparto del territorio.
«Los norteamericanos querían dispersar a los hombres de Sinaloa. Quemar
nuestras tierras y ahuyentarnos. Pero el fuego que consume también deja sitio
para una nueva cosecha. El viento que destruye también envía la simiente a la
nueva tierra. Si quieren dispersarnos, así sea. Estupendo. Nos dispersaremos
como las semillas de la manzanita, que crece en cualquier suelo. Crece y se
esparce. Yo digo que nos esparzamos como los dedos de una sola mano. Yo digo
que, si nos dejan quedarnos en nuestra Sinaloa, nos apoderemos de todo el
país.»
Así Keller se encuentra, sin capacidad de
maniobra, ante una reestructuración de la cúpula mafiosa, en la que los Barrera
asumen un papel protagonista y de esta forma choca con sus superiores en la DEA,
que creen que sus tácticas no son las más apropiadas para ganar ésta guerra. Pero
su guerra se vuelve personal. Él está empeñado en la venganza, y su lucha
se convierte en obsesión por corregir
los errores del pasado.
En la novela de Don
Winslow se refleja una realidad tan cruda que por sí sola llega a adquirir
caracteres de leyenda. Por sus páginas desfilan los más renombrados
acontecimientos de la guerra del narcotráfico, (léase la agresión salvaje a un
club nocturno en Puerto Vallarta; los viles asesinatos de un mandatario de la
Iglesia católica y de un candidato presidencial; la decapitación de la esposa
de un capo de la droga –quien recibe como presente su cabeza cuidadosamente envuelta
en una caja aterciopelada-; la insurrección zapatista en el sur del país; el «Tratado
de Libre Comercio», las vendettas entre los jefes de los cárteles, y así un
largo, larguísimo etcétera).
Es así como «El poder
del perro» se traduce en una historia sangrienta y sanguinaria; con escenas
de tortura que hacen palidecer de solo imaginarlas; donde los personajes luchan
para no enloquecer y morir; donde no cabe siquiera la posibilidad de una retirada
en busca de la retaguardia. Don Winslow consuma aquí una epopeya ardiente como
la lava y épica como un mito antiguo. Ante todo esto sólo cabe decir... ¡Pasen señores,
el infierno les espera!
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