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EL ARTE DE MATAR. (The Killing Art) Jonathan Santlofer TRADUCCIÓN: Francisco Rodríguez de Lecea Ediciones B. S. A., 2015 |
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Kate McKinnon, ex policía reconvertida en historiadora
de arte, se encuentra escribiendo un libro sobre la «Escuela de Pintores Expresionistas
Abstractos de Nueva York», una congregación ésta que incluye, entre otras,
figuras de la talla de Pollock, Krasner, Rothko, De Kooning, Motherwell, Gorki,
Kline y Reinhardt. Todos ellos comenzaron su labor durante la década de 1930 y la
desarrollaron hasta más allá de 1950. Para los integrantes de esta Escuela, la
pintura fue su vida, su alma, su razón de ser.
Hace un año apenas que Kate padeció la muerte
de su compañero, el rico abogado Richard Rothstein, algo que transformó su vida
y fragmentó sus recuerdos. Desde ese fatídico momento el sueño ha sido –en el
mejor de los casos- un visitante intermitente que bosteza frente a ella de día
y de noche. Constantemente los recuerdos se enredan en su pensamiento y resulta
imposible fijarlos. Kate no ha logrado tener hijos. Cuando al final perdió las
esperanzas se dedicó a obras de caridad y a cuidar docenas de chiquillos a
través de una fundación educativa. Ahora, sin embargo, la destrucción alocada
de un cuadro, otrora de su propiedad, la lleva a solicitar su incorporación a
la policía, donde es alojada en la conocida «Brigada Artística», encargada de
los delitos relacionados con el robo, la falsificación y el tráfico de obras de arte.
El Museo Modernista, comúnmente conocido
como «El Guggenheim», edificio
cilíndrico diseñado por el arquitecto Frank Lloyd Wright, situado en la
Quinta Avenida, es objeto de un acto vandálico. Un lienzo de tamaño casi
natural, uno de los de la serie «Mujeres», una asociación de figura y
abstracción, obra del pintor neerlandés nacionalizado estadounidense Willem de
Kooning, es rasgado de tal modo que, en el momento de su descubrimiento,
jirones de tela cuelgan melancólicos fuera del bastidor. El cuadro fue en su día cedido al museo por el
fallecido marido de Kate. Las pruebas son irrefutables, no dejan lugar a la
duda, un lunático ha emprendido una demencial tarea de destrucción. Sin
embargo, ésto es solo el principio. La situación no tarda mucho en empeorar. El
demente comienza a asesinar a los propietarios y admiradores de estas obras, quienes
han recibido en los momentos postreros de su existencia, y como «carta de despedida»,
una pintura en blanco y negro.
El desarrollo de la novela se reduce a la
constante persecución de un asesino esquivo que permanece oculto hasta el final.
Aunque el lector caiga en la provocación de la sinopsis editorial incluida en
la contraportada, es muy difícil que sea capaz de fijar su atención en la
persona adecuada, pues su identificación, junto con la información pertinente
sobre sus motivos, no aparece hasta el final, en una conversación -quizás
demasiado larga- pero sin la cual no hay forma de enterarse de qué va toda esta
historia.
Tres aspectos interesantes destacan en “El arte de matar”. Por un lado, Jonathan Santlofer acompaña de
nuevo la trama de su novela con el resultado de sus habilidades pictóricas e
incluye un buen puñado de dibujos crípticos que invitan a los investigadores a
descifrar los pasos del asesino. También mantiene al personaje principal de sus
novelas anteriores, Kate McKinnon, una historiadora de arte y ex policía, que aquí tiene como
objetivo la investigación de los actos vandálicos sufridos por los cuadros. Y otra
peculiaridad no menos sugestiva es la que deriva de reunir dentro de la misma
trama a pintores famosos que cultivaron el “expresionismo abstracto”, y que formaron parte de la que se denominó
“Escuela de Nueva York”, junto
con otros pintores ficticios. No es que Santlofer
deje en buen lugar a ninguno de ellos, pero claro está que sin eso no habría
una historia que contar.
Una vez más, al fusionar el mundo urbano del
arte de Nueva York con los bajos fondos de la sociedad, Santlofer –nadie mejor
que él, pintor en la vida real, para llevarlo a cabo- da vida a un cuadro humano
sobrecogedor colmado de suficientes detalles espeluznantes como para satisfacer
a los aficionados del suspense más ardientes. El fuego destructor que
aparece dentro de la historia podría tener algo que ver con el cambio en la
trayectoria vital del propio autor, cuyas pinturas -resultado del trabajo de
los diez años anteriores- fueron destruidas en 1990 en el incendio de una
galería de Chicago donde se encontraba expuesta su obra.
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