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viernes, 19 de julio de 2019

LA NOCHE EN QUE SE ODIARON DOS COLORES (José Luis Correa)

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LA NOCHE EN QUE SE ODIARON DOS COLORES
José Luis Correa
ALBA EDITORIAL
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«La noche en que se odiaron dos colores» es la décima novela que el escritor grancanario José Luis Correa dedica a Ricardo Blanco, un personaje del que tuvimos noticias allá por 2003 y que aquí, alcanzadas ya las sesenta y tantas primaveras, nos reconduce por los pueblos de la isla y las calles de la capital en un viaje para el que no existen los imposibles.

Humberto Caballero tendría nueve o diez años cuando fue sacado de la escuela para ir a trabajar a Víveres Caballero, la tienda de aceite y vinagre que su padre Marcial regentaba en la bajada de San Nicolás. Marcial fue un trabajador honrado a carta cabal, uno de esos que ya no se estilan, un ser incansable que laboraba como un burro de sol a sol para obtener la renta justa con que mantener a su progenie. Una noche, sin embargo, lo trincaron solo en la tienda y lo atracaron. Y ahí comenzó la desgracia de la familia Caballero. Años después, tras dejarles el comercio a sus hermanos, Humberto emigró de la isla para terminar regresando y acabar sus días dedicado a la fotografía. Un arte que le sostuvo hasta que los teléfonos móviles vinieron a joderlo todo. A partir de entonces Humberto malvive en El Caracol, una pensión de mala muerte en la calle Diderot, en la zona de las Canteras, donde tiene un cuartito arrendado a precio de saldo. Y es en ese momento, cuando la marea parece calma, cuando se le pierde el rastro...

¿Por qué piensa Niágara Caballero en un secuestro? Pues muy sencillo: porque la alternativa la aterra. La alternativa ya podemos suponer cual es. Niágara, de profesión peluquera  (estilista según los cánones de la época) es vecina de Reyes Católicos y está acostumbrada desde pequeña a la soledad. Una soledad que deriva en ella la necesidad de aferrarse a la memoria de su padre para sobrevivir. Un padre, Humberto, Humberto Caballero, que lleva seis días en paradero desconocido.

Cuando Blanco inicia la búsqueda de Caballero «Nadie ha desaparecido. A nadie han encontrado muerto. En el depósito de cadáveres no espera ningún cuerpo a que vengan a reconocerlo. La vida sigue igual y el paradero de Humberto Caballero continua siendo una incógnita.» Sin embargo (siempre hay un pero) lo que comienza como una simple búsqueda deriva con el paso de las páginas en un lío de enfrentamientos de tres pares de narices entre colombianos y moros. Moros, sí, libios para ser más exactos. Una guerra que amenaza con poner la ciudad de Las Palmas patas arriba. Una guerra que va a tener su punto culminante la Noche de Finados (por si no lo saben ahora la llaman Halloween, ya que los finados no los celebra ni el obispo) con la detonación de un cargamento de explosivos previamente sustraído de una fábrica de voladores de Telde. Y es que en la ciudad del sol todo es posible.

Buena parte de «La noche en que se odiaron dos colores» transcurre en el sur de Gran Canaria, en el pequeño pueblo costero de Melenara. «¿Les gusta el pescado?, porque conozco un sitio donde preparan una lubina a la espalda para chuparse los dedos.» Melenara, presume de ser un lugar de gentes tranquilas, aguas calmas y ambiente generoso, un litoral donde el sol no falta a su cita diaria para alumbrar con su luz cristalina un escenario de encuentros felices. Allí, un Neptuno de cuatro metros lo observa todo desde su privilegiada ubicación. A los rojos cangrejos que pululan por la escollera del muelle, a la gente que degusta sentada en la terraza de una pulpería el pescado del día, al niño curioso que excava juguetón la negra arena a la búsqueda de tesoros olvidados y a Caballero, sí, a Humberto Caballero, quien un mal día cruzó indefenso su destino con abyectos personajes.    

«La noche en que se odiaron dos colores», como no podía ser de otra forma, se lee de un tirón, no en vano José Luis Correa tiene un estilo ágil, un estilo capaz de provocar la curiosidad del lector. Su lenguaje es directo, plagado de ironías y sutilezas. Asperja las páginas de esta novela el ya clásico humor socarrón del escritor así como su ambicionada renovación formal –sobre todo en lo concerniente a los diálogos, diálogos que Correa incorpora a la narración-, su lenguaje poético, consecuencia de su inequívoca habilidad narrativa, y el empleo de formas gramaticales y expresiones propias de las islas. Nada nuevo para quien se sienta próximo a su obra. 
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