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jueves, 16 de julio de 2020

LAS DOS AMELIAS (José Luis Correa)

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LAS DOS AMELIAS
José Luis Correa
ALBA EDITORIAL
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Amelia Hermoso no era una joven cualquiera. Amelia Hermoso era «influencer», una estrella de Instagram, alguien que se ha dejado notar en las redes sociales. Una persona con más de medio millón de seguidores, medio millón de desconocidos. Hermoso estuvo firmando ejemplares de su libro la tarde anterior en San Telmo. Sí, porque Amelia Hermoso había escrito un libro. ¿Por qué somos infelices pudiendo ser otra cosa? Toda un compendio de lo que fue su vida. Quien a última hora de la noche la vio subir a su habitación en compañía de un músico callejero no pudo nunca llegar a imaginar lo efímero que es el éxito...
 
Amelia Moreno llevaba dos años trabajando de camarera de piso cuando una mañana de finales de abril se dio de bruces con el cadáver de la Hermoso en la 104 del hotel Parque. Desnuda, tumbada a lo largo de la cama  y con los brazos abiertos, Amelia Hermoso parecía dormir plácidamente. Y la realidad es que lo hacía, solo que esta vez el sueño era demasiado profundo y no estaba en su pensamiento despertar jamás.

La influencer filósofa había recalado en la isla hacía una semana con el fin de promocionar su tratado de la infelicidad en la Feria del Libro de Las Palmas. Pero más tardó en llegar que lo que empleó en desaparecer.

La noticia de la muerte de Amelia Hermoso saltó a la luz como un zarpazo. En una hora se hizo viral. Y en una hora Amelia Moreno fue transportada a los infiernos. En una hora vio como su vida se venía abajo. Las redes comenzaron a arder. La Moreno fue despellejada viva por los seguidores de la Hermoso. Los insultos y las amenazas virtuales proliferaron como moscas. Más de uno la culpó del asesinato. «El mundo entero la odiaba  y la lluvia de insultos no escamparía con una sonrisa y una palmada en la espalda» Y todo motivado por la envidia, el pecado más miserable.

Y es ahí cuando la familia Moreno le propone a Blanco investigar el crimen de la influencer... ¡Bonito marrón! Qué sabrá él de redes sociales, de seguidores, fans, me gustas y otras zarandajas. Pero así son los gajes del oficio.

José Luis Correa aprovecha esta undécima entrega de Blanco para hablarnos de soledad. De la conexión causal entre las redes sociales y la soledad. Unas redes sociales muy cercanas al mundo de la inmediatez, al universo de las apariencias, a todo aquello que prima por encima del esfuerzo y de la calidad. A los éxitos momentáneos, las carreras meteóricas, los amigos virtuales a los que nunca se ha tenido la suerte de conocer, a los embaucadores likes, en definitiva a todo un comistrajo moderno que no garantiza la buena digestión de nuestras relaciones sociales, sino que apunta exactamente a todo lo contrario.

No deja de sorprenderme la maestría de este escritor para transmitir tanto en tan pocas páginas y sobre todo para lograr plasmar con tanto detalle los sentimientos. «Cené en la mesa de la cocina con los dos libros a mi alcance, Thelonious Monk en el salón y mi reflejo en el microondas. El reflejo de un viejo dinosaurio con ojeras, sin afeitar y en puro desconcierto. Hasta la cena era de otro tiempo, ¿quién cena ya viandas con Tolstói frente a un microondas? Al fondo de la copa había un cadáver que me miraba cada vez que bebía. El cadáver de una chiquilla de veinticuatro años, con el cuello tronchado, en la cama de un cuarto de hotel.» La violencia, la ternura, el verbo avispado, todo está presente aquí. Y es que las novelas de Correa tienen carácter, son propias de un novelista que goza de un gran dominio de los recursos narrativos. Su lenguaje poético e inmediato a la emoción, su prosa viva y vigorosa, sus personajes solitarios y complicados, el tema recurrente de la muerte y sobre todo el humor, esa manera socarrona y mordaz de mirar el mundo tan propia de la literatura hecha aquí, en Canarias. Todo un lujo.
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