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En su significado más
simple, noir es una palabra francesa que hace referencia al color negro. Como
género literario, el término está vinculado tanto al expresionismo literario
como al cinematográfico, un movimiento dentro del movimiento cultural más
amplio del modernismo en el que los temas filosóficos y artísticos de la
industrialización, el urbanismo, la alienación y los matices psicológicos se
conceptualizan a través de una lente subjetiva. El expresionismo utiliza
colores, símbolos y lenguaje para transmitir estados de ánimo o emociones. En
este sentido el noir podría definirse con más precisión como un estilo que como
un género.
En la ficción se considera
un subgénero de la novela policíaca y, aunque muchos de sus protagonistas son
detectives de homicidios deshonestos o investigadores privados hastiados, noir
no es sinónimo de novela policíaca. La ficción negra contemporánea presenta
protagonistas que no son figuras de las fuerzas del orden; pueden ser víctimas,
victimarios, delincuentes pequeños o grandes o cualquiera que tenga defectos
morales, sea fatalista o tenga mala suerte. Lo cierto es que el protagonista de
una novela noir no es un triunfador, todo lo contrario, es un perdedor. Los
personajes de estos cuentos existenciales y nihilistas están condenados desde
el principio de su historia.
La ficción negra tiene sus
raíces en las duras historias de detectives privados que fueron creadas esencialmente
por Dashiell Hammett en las páginas de la revista Black Mask allá por la década
de los veinte del siglo pasado. Son propios de su naturaleza los tipos rudos, las
mujeres mentirosas, la violencia, traiciones, asesinatos y los planes nefastos.
Pero, y aquí es donde la historia de detectives se separa del noir, también
cuenta con un personaje moral. Sam Spade sabía que cuando alguien mata a tu
pareja debe hacer algo al respecto. Raymond Chandler, cuya espléndida prosa
sobrevuela sus novelas y cuentos, describió a su detective privado, Philip
Marlowe, como un caballero andante, un hombre que podía recorrer las calles de
la maldad sin ser él mismo malvado.
La historia del detective
privado es optimista, incluso si el sabueso es el ser más sombrío que uno pueda
echarse en cara. Un cliente necesita ayuda y cree que un tipo andrajoso puede
de alguna manera resolver su problema, un tipo que convive en una oficina
destartalada con una botella de bourbon de garrafón encerrada en lo más
recóndito del cajón de su escritorio. ¿Hay algo más optimista que esto?
Estas dos subcategorías de
la ficción criminal –la historia de detectives y el noir- no solo no son lo
mismo, sino que son diametralmente opuestas entre sí. Una, la primera de
ellas, depende de que su héroe mantenga
un alto nivel ético, mientras que la mayoría de las personas con las que
interactúa mienten, engañan, roban y matan. La otra, el noir, es todo lo
contario, presenta a personas que se revuelcan en la pocilga de las miserias
que conforman su mundo. Las maquinaciones de su lujuria, ya sea por dinero
o amor, harán que se cieguen a la decencia mientras se enredan en la red de su
propia perdición. Los héroes del noir no son detectives o agentes de la ley y
el orden, son víctimas, transeúntes inocentes colocados a los pies de
situaciones peligrosas, ilegales y hasta criminales.
Quizás la fórmula más básica
del noir es la del protagonista atrapado en busca de escape. En “El
asesino dentro de mí” de Jim Thompson, Lou Ford, el sheriff adjunto de una
pequeña localidad de Texas, es un hombre de apariencia cordial, simpático y
tranquilo. Pero esa fachada de normalidad, que él ha ido construyendo con
paciencia después de haber cometido un crimen en su juventud, empieza a
resquebrajarse cuando lo que él llama “la enfermedad” se abre paso en su mente,
y hace que este ser “encantador” convierta la violencia en una cualidad propia
de los reptiles:
«Y la golpeé en el vientre con toda la fuerza de que fui capaz.
Mi puño llegó a la espina dorsal, y su carne se cerró sobre él. Di un tirón –tuve que hacerlo- y ella se dobló hacia delante, como si tuviera una bisagra.
Se le cayó el sombrero, y su cabeza se venció de pronto hasta tocar el suelo. A continuación, se volcó sobre si misma completamente, como un chaval que diera un salto mortal. Quedó tendida sobre la espalda, con los ojos saltándosele de las órbitas y con la cabeza rodando de un lado a otro.
Llevaba una blusa blanca y un traje de color beige claro; nuevo, creo, porque no recordaba habérselo visto antes. Metí la mano en la pechera de la blusa y se la arranqué hasta la cintura. De un tirón le saqué la prenda por encima de la cabeza, volvió a sacudirse y se echó a temblar. Emitía un extraño sonido, como si tratara de reír.
Y entonces vi el charco que se iba extendiendo debajo de ella.
Me senté y procuré leer el periódico. Intentaba no apartar los ojos de él. Pero no había mucha luz; no la suficiente para poder leerlo, y ella seguía moviéndose. Daba la impresión de que le era imposible estarse quieta.»
La variación más común de la fórmula es la historia de la esposa atrapada que contempla medidas desesperadas para escapar de un marido intolerable. Como modelo explicativo de tal situación utilizaremos una serie de relatos breves aparecidos en “American Noir”, una antología fruto de la literatura hard-boiled, dedicada a la narrativa breve de género negro del siglo pasado, según una edición de James Ellroy y Otto Penzler aparecida en 2010. En “Pastorale” -su primer cuento- Cain nos relata la historia familiar de un hombre y una mujer, Burbie y Lidia, que sumidos en una relación ilícita, planean asesinar al anciano marido de ella. En “Para siempre jamás”, de Jim Thompson, Ardis Clinton, hastiada de llevar una vida anodina con su aburrido marido decide matarlo. Para ello cuenta con la colaboración de su amante Tony, camarero en una cafetería cercana al domicilio familiar. Inocentes o no, Lidia y Ardis, comparten el mismo destino: el descubrimiento de que no hay salida. Al final de sus trapisondas puede que no mueran, pero probablemente deberían hacerlo, ya que la vida que les espera es tan fea, tan perdida y solitaria, que lo mejor que pueden hacer es acurrucarse y terminar de una puñetera vez. Y, seamos realistas, se lo merecen.
Tan resonante es esta
historia arquetípica de la esposa atrapada que uno de los más grandes
escritores del género, James M. Cain, hizo de ella su especialidad. El giro de
Cain sobre el tema fue la esposa, un bellezón sinuoso, frío y calculador, que
conspira con su amante para asesinar al cándido esposo. Dos de sus obras fueron
llevadas al cine: The Postman Always Rings Twice, con Lana Turner y John
Garfield y Double Indemnity, con Fred MacMurray y Barbara Stanwyck.
No se requieren finales felices en una historia de detectives privados. El lector generalmente tendrá la sensación de que se está haciendo justicia cuando el héroe solitario vence todas las fuerzas que se han desplegado en su contra. Sin embargo, la historia negra complaciente, el noir con final feliz, nunca se ha escrito, ni se va a escribir jamás. Las almas corruptas y perdidas que pueblan estos cuentos están condenadas antes de que tuviéramos noción de su existencia, debido a sus corazones huecos y sus sensibilidades depravadas. Si usted encuentra una breve ráfaga de luz en alguna de ellas, no dude en recurrir a un especialista. Algo no va bien.
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