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martes, 17 de enero de 2023

Relectura: DOUBLE INDEMNITY (James M. Cain)

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Temperamental, atmosférica, así se define “Double Indemnity”, comenzando por esa secuencia de apertura en la que Walter Huff -treintañero y vendedor de seguros de la General Fidelity de California-, conoce a Phyllis Nirdlinger, la joven y bella esposa de un acaudalado hombre de negocios, y descubre que bajo aquel pijama azul se intuyen unas formas capaces de enloquecer al más pintado. Y tanto enloquece el ingenuo Walter que, sin apenas solución de continuidad, se ve involucrado en un peligroso entuerto consistente en asegurar al empresario para posteriormente asesinarlo simulando un accidente, y disfrutar así de una suculenta indemnización. Y como remate, la novela de James M. Cain “Double Indemnity” –“Pacto de sangre” en la edición española-, es una obra maestra de la literatura estadounidense. En sus escasas e impecables ciento treinta y tantas páginas, Cain no sólo pone de relieve la codicia y la superficialidad de la clase media estadounidense sino que también pinta un retrato considerablemente oscuro de un hombre y una mujer consumidos por el deseo. “Double Indemnity” nos presenta una despiadada saga de traiciones en la que los pecados más irremediables son los que los personajes cometen contra sí mismos.

“Double Indemnity” es una historia de asesinato pero, aún más, es una historia de lujuria. Esto se hace evidente desde el momento en que Phyllis Nirdlinger asoma las narices por primera vez. Phyllis, la esposa insatisfecha, la mujer fatal de una vulnerabilidad manipuladora, allí, de pie ante Huff, con aquel tentador pijama azul de andar por casa. Para cuando fija su mirada en él, ya un escalofrío recorre el espinazo del pobre agente de seguros. Desde ese momento todo cambia para Walter. El diálogo confirma la forma en que ella lo ha enganchado:

-Señor Huff, ¿quiere que yo hable de esto con el señor Nirdlinger?

-Sería fantástico señora.

-Tras hablar nosotros, podrá verle. ¿Estaría bien mañana por la noche, a eso de las siete y media? A esa hora habremos acabado de cenar.

Lo que sigue es un ir y venir que encarna el más puro estilo noir (“Esta noche he perdido la cabeza...”, “¿Quieres decir que allí, en los pozos de petróleo, cualquier noche de lluvia, puede caerle una polea encima?...”, “Al parecer has pensado que no vas a hacerlo. Pero lo harás, y yo te ayudaré...”), una mezcla de ingenio y fatalismo, de esas que te hacen leer entre líneas. Incluso en épocas tan pretéritas como la década de los treinta, los artesanos del noir eran conscientes de su artificialidad, de que la forma de la historia se debía ajustar a un cierto código de comprensión, a un determinado molde narrativo. Este, llamémoslo “truco”, consiste, en esencia, en que desde que Phyllis Nirdlinger hace acto de presencia ya sabemos todo lo que va a suceder, de que nuestra apreciación de la historia no depende “de qué” sino “de cómo”. ¿Cómo se firmará la traición?, esa es la clave. Para Walter y Phyllis, salirse con la suya no es una opción. Más bien, lo importante es la puesta en escena, la forma en que se desarrollará todo. “El futuro no nos reserva nada, ¿verdad Walter? ha llegado la hora de que me reúna con mi amor. Una noche me arrojaré por la popa del barco. Quiero sentir el contacto de sus dedos fríos, apretándome el corazón”, admite  Phyllis en su encuentro final. Es todo muy melodramático, muy estilizado, pero al noir nunca le ha importado lo estrictamente real. Es cierto que la novela de Cain tiene sus raíces en un hecho real, el caso de Ruth Snyder, una mujer de Nueva York que nueve años atrás, en 1927, convenció a su amante de que matara a su marido tras contratar una póliza de seguro con una cláusula de doble indemnización. Sin embargo, Snyder y su cómplice fueron capturados y condenados fácilmente; el seguro que acordaron era “un claro delator”. No sin razón, Chandler decía que “Los muchachos que apoyan los pies sobre el escritorio saben que el caso de asesinato que más fácil resulta solucionar es aquel con el cual alguien ha tratado de pasarse de listo; el que realmente les preocupa es el asesinato que se le ocurrió a alguien dos minutos antes de llevarlo a cabo.

La observación de Chandler pone de manifiesto que la  conspiración de Walter y Phyllis, a pesar de su inevitabilidad, está viciada desde su origen. “Si logras sacarle de la cama y convencerle de que tiene que hacer el viaje a toda costa, como una especie de vacaciones después de todo lo que ha sufrido, estamos salvados”. Desde el primer momento surgen complicaciones, sospechas, circunstancias imprevistas. Una es que el mentor de Huff, Keyes, jefe del departamento de reclamaciones, es un genio en el arte de investigar reclamos de seguros. “Huff lo que usted ha hecho es terrible” “Me ha decepcionado. Le... le tenía afecto, Huff”. Es este un comentario esclarecedor porque nos muestra la verdadera relación que existía entre Huff y Keyes. Otra traición de nuevo, la infidelidad de Huff no solo a sí mismo, a lo que considera como sus valores, sino también a su amigo. “Le entiendo. Usted depositó su confianza en mí, y yo le he fallado”. Para Huff, para Keyes, no hay redención; nada queda al final de la historia, excepto la pérdida de la amistad. Aquí tenemos otra característica más del género negro: que el amor es fugaz, insuficiente, que, en cierto sentido, es cruel.

El noir recomienda aprender a vivir sin ilusiones, aprender a vivir en un mundo donde la existencia está ahí no tanto para ser dirigida como para ser soportada. El mejor noir ofrece un aullido de desolación ante un universo indolente, una elegía empañada por el alma. Esta es la historia de Huff y Phyllis, empujados más allá de sus límites por el deseo de algo que nunca podrán obtener. Porque todos tenemos claro desde el primer momento que la idea que ambos se proponen, la de vivir juntos, nunca va a hacerse realidad. ¿Cómo podrían encontrar ellos, cualquiera de nosotros, empatía, comunión, en un mundo aislado? Sin embargo, aunque todos somos capaces de reconocer ese deseo de propiedad -¿quién se contenta con lo que tiene?- también somos conscientes de los artificios que utiliza el escritor para edulcorar el producto. Y a pesar de nuestra presumible insatisfacción, no inventamos planes de asesinato. “Double Indemnity” crea lo que todo gran artista aspira a hacer: un universo propio. Evoca un paisaje moral por el que nos deslizamos entre dos crudas realidades: nos identificamos con los personajes, su anhelo y su dolor, al tiempo que reconocemos como una advertencia su caída, su inevitabilidad.

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