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jueves, 8 de diciembre de 2022

Relectura: MILDRED PIERCE (James M. Cain)

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James Mallahan Cain, nacido en 1892 y fallecido en 1997, está considerado como el poeta del “asesinato sensacionalista”. Después de Dashiell Hammett y Raymond Chandler es el escritor que más se identifica con las historias urbanas de violencia, sexo y dinero que caracterizaron tanto el cine como la ficción popular en la década de los veinte, treinta e incluso cuarenta en los Estados Unidos. Sin embargo a diferencia de Hammett y Chandler, Cain no centró su atención en la consoladora figura del detective que pone una gota de orden en todo el caos urbano. Sus novelas están relatadas desde la perspectiva de los actores centrales, unos personajes confusos, ignorantes y demasiado corruptibles en sus dramas de traición y asesinato. Sus dos primeras novelas, “El cartero siempre llama dos veces” y “Double Indemnity” están narradas por hombres destruidos por mujeres fatales y ambas se convirtieron en películas de incalculable éxito.

En 1941, Cain publicó “Mildred Pierce”, su primera novela centrada en una protagonista femenina. Ya en 1945 fue llevada al celuloide protagonizada por Joan Crawford, en su única actuación ganadora de un Oscar de la Academia, como una madre sobreprotectora que intenta encubrir a una hija homicida. Esta versión de “Mildred Pierce” es hoy una pieza clásica del cine negro, pero su trama y su tono difieren marcadamente de la novela, una historia más “realista” sobre una mujer divorciada que intenta criar a sus hijas en una época tan difícil como fue la de la Gran Depresión en California.

En 1931, cuando la inseguridad y la miseria se transmitían a golpe de pandemia, un ama de casa de clase media de los suburbios de Los Ángeles, Mildred Pierce, con un don especial para la cocina, pone de patitas en la calle a su cada vez más perezoso y mujeriego marido, Bert, y consigue trabajo como camarera para mantener a sus dos hijas. Posteriormente, Mildred, construye un próspero negocio de restaurantes y tiene una apasionada aventura con un rico playboy llamado Monty, con quien finalmente contrae matrimonio. Al final de la historia, Mildred lo pierde todo debido a su abrumador amor por su pretensiosa, narcisista y engañosa hija mayor, Veda.

Lo curioso del asunto es que la novela no culpa exactamente a Veda; en todo caso, la disculpa. Los propios deseos de Mildred están decididamente enfrentados: los dos hombres con los que se casa provienen de estratos sociales más altos que el de ella, ambos se sienten por encima del trabajo manual que ella realiza. Debido a la depresión, ambos terminan sin un duro en el bolsillo. A Mildred le molesta ayudarlos, pero le gusta el poder que esto le otorga sobre ellos; igualmente le desagrada su superioridad, digamos que fingida, y sobre todo quiere poder  compartirla. Veda puede ser una solución, alguien a quien arrimarse. Pero Veda no es de fiar, Veda es una víbora...

Considere usted, amigo lector, estas oraciones, en las que Cain incluye un mundo de juicios sobre los valores de sus personajes: “Mildred adoraba a Veda, por su apariencia, su promesa de talento y su esnobismo, que insinuaba cosas superiores a su propia naturaleza”. Y esta otra, “Pero Veda adoraba a su padre, por sus modales grandiosos y maneras finas, y si él desdeñaba el trabajo lucrativo, ella estaba orgullosa de él por ello”. Cain es muy claro acerca de Vera: “Había nacido en una forma de vida que incluía gusto, modales, pero sobre todo un vivaz distanciamiento del dinero”. De lo que Vera no llegó a darse cuenta nunca fue precisamente de esto último, de que todas estas cosas descansan precisamente en el dinero.

Cain llegó a manifestar que veía a Mildred como una “víctima de la depresión, una venal ama de casa estadounidense que no sabía que  estaba usando a los hombres, pero se imaginaba a sí misma bastante noble”. Lo cierto es que la Mildred que creó Cain no es meramente inmoral, y si nunca es noble, a menudo sí es admirable, decidida, fuerte y segura de sí misma, así como lo suficientemente independiente para prescindir de la aprobación de todos, excepto de la de sus hijas. Mildred es una madre devota, pero ama a Veda de una manera que Cain considera  “antinatural, un poco enfermiza.” Cain opina que Mildred es vulgar e insípida, atractiva pero nunca hermosa. La Mildred de Cain es una víctima de la traición de los que ama; pero ella elige amarlos, y así es humillada por su propio esnobismo, codicia y egoísmo. Se muestra orgullosamente desafiante sobre sus propios orígenes sociales, rechaza la pretensión de Veda y se muestra furiosa con Monty por tratarla como una criada, pero también aspira a la riqueza y tiene sueños nebulosos de grandeza para su hija, imaginando vagamente cualquier tipo de éxito artístico.

“Mildred Pierce” está impulsada por el resentimiento de clase, la economía sexual y el chantaje emocional que Veda, eventualmente, trasmuta en chantaje literal. Lo que Mildred hace en formas socialmente aceptables (casarse con aspiraciones de mejora persiguiendo así el éxito social y material), Veda lo lleva a extremos obscenos. Mildred exige devoluciones emocionales, incluida una necesidad de afecto físico por parte de su hija -ya adulta- y constantemente trata de controlar sus decisiones, exigiendo el amor y el respeto que no obtiene de los hombres. Aspiraciones estas muy lógicas si Veda no fuera tan  repelente...

Al final de la trama el climax se vuelve apresurado, inexplicable y absurdo y todo depende de que Veda, cual Cenicienta, derive en una talentosa cantante de ópera en unas pocas semanas. Y como esto es ficción y en la ficción todo es posible, Veda transmuta en una gran soprano. Y de repente su talento se convierte en la razón de su crueldad. En un discurso maravillosamente desquiciado, un profesor de música italiano –un tal Treviso, Carlo Treviso- trata de explicarle a Mildred (quien le ha preguntado si está insinuando que su hija es una víbora), que de eso nada: “una viborita joven, en todo caso”. Él responde: “No, es una soprano ligera, que es mucho peor. Una viborita joven es capaz de querer a su mamá y hacer lo que su papá le dice, pero una soprano ligera no puede querer a nadie más que a sí misma. Es una hija del diablo, mucho peor que todas las víboras del mundo. Señora, no se meta con ella”. La inadecuación tautológica de esta explicación resume perfectamente la opinión de Cain sobre Veda.

La fábula de Cain que comienza como realismo social y desciende a un melodrama gótico surrealista, es la historia arquetípica de la competencia sexual entre generaciones de mujeres, en la que Cain no termina de decidir si simpatizar con la madre, que alguna vez fue deseable pero que envejece, o con la hermosa, talentosa y poderosa hija. Al final decide convertir a Veda en una serpiente, una perra, en una soprano ligera. “Una soprano ligera”, una voz de poca sonoridad y con graves limitados... si al menos la hubiera definido como una soprano lírica, todo este lío podría haberse evitado. 

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