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viernes, 8 de abril de 2016

LA MÁSCARA DE RIPLEY. (Patricia Highsmith)

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LA MÁSCARA DE RIPLEY. (Ripley Under Ground)
Patricia Highsmith
TRADUCCIÓN: Jordi Beltrán
ANAGRAMA (Colección Compactos)
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La segunda entrega de la serie Ripley –«La máscara de Ripley»,  Ripley Under Ground, (1970)- retoma la vida de Tom (como Highsmith siempre le llama), seis años más tarde de los acontecimientos acaecidos en su primera entrega. Ripley es un joven de unos 30 años, guapo, encantador y casado con Heloise, una hermosa y rica heredera francesa. Ambos viven en una gran villa -Belle Ombre- situada en un pueblo cercano a París; villa que fue entregada como regalo de boda por el padre de Heloise - Jacques Plisson- millonario y dueño de una empresa farmacéutica. Tom dedica su tiempo a la jardinería, la pintura, a viajar, la música, la poesía y a mejorar su francés. Heloise tiene un estipendio de su padre, y Tom tiene la herencia de Dickie Greenleaf, –recuérdese que, en «El talento de Mr. Ripley», Tom asesina a Greenleaf, asume su identidad y hereda su testamento-, pero además Tom se beneficia de unos ingresos derivados de su diez por ciento en la empresa Derwatt Ltd, empresa dedicada a la explotación de las pinturas de Philip Derwatt, un pintor en alza. 

Pero este porcentaje en la Derwatt Ltd. esconde una lucrativa estafa que considera la venta de cuadros falsificados. Un americano –Thomas Murchison-, coleccionista retirado y poseedor de un Derwatt, se presenta en Londres con «la muy sana intención» de demostrar que su cuadro es una falsificación. Las dos personas que dirigen la galería de Londres donde venden las pinturas falsas, socios de Tom, son un manojo de nervios. Sólo Tom es capaz de ver una salida a la catástrofe que se avecina. 

A Tom no le gusta el asesinato, pero la gente sigue obligándolo a matar. Highsmith nos lo hace ver con los ojos de Tom: «¿Al tanto de qué?, se preguntó. ¿Se trataba de la Derwatt Ltd.? ¿Y por qué tenían que advertirle a él precisamente?» se cuestiona Tom en el primer capítulo del libro. A quien se adentre en la lectura de las primeras páginas de «La máscara de Ripley» y desconozca la trama de la primera novela, ha de resultarle difícil asimilar que este joven simpático, de buen gusto, sea capaz de matar a nadie. Pero sin el dominio de «este arte», y su falta de escrúpulos para llevarlo a cabo, Ripley no sería Ripley.

No hay  nada que discutir sobre los asesinatos. Todo el que abre una novela de Ripley sabe, desde el principio, que Tom es un asesino. Esa es la grandeza que encubren los libros de Mrs. Highsmith: el contraste entre el exterior brillante de Tom y su oscuridad interior. El placer perverso del lector adquiere dimensiones extraordinarias al ver cómo éste burla la ley, y se convierte en cómplice de los interminables giros y vueltas que da su persona, de sus rabias repentinas y de su perfecta amoralidad.

«La máscara de Ripley» tiene dos puntos dramáticos culminantes,  cada uno de ellos cimentado en un asesinato. En el primero, Tom mata a un hombre en su bodega -le golpea en la cabeza con una botella de Château Margaux, un vino francés de leyenda-. El problema se presenta a la hora de sacar el cadáver de la casa, con varios huéspedes yendo y viniendo a su antojo y un ama de llaves francesa trajinando todo el día por ella.

Las peripecias de Tom con el cuerpo del difunto en su sótano se convierten en la más negra de las comedias. Su angustia finaliza –éso al menos piensa él- cuando un agotado Ripley entierra, con morbosa satisfacción, el cuerpo de su víctima en una tumba que ha excavado con nocturnidad y alevosía en un bosque cercano a su casa: «Una vez más Tom tiró de las cuerdas que sujetaban la envoltura del cuerpo. El cadáver cayó en el interior de la fosa con un golpe sordo que a Tom le pareció una música deliciosa. La tarea de echar paletadas de tierra sobre el cuerpo le resultó otro placer.»

Por el contrario, el segundo asesinato carece de cualquier atisbo de comedia. Esta vez, Tom deshecha esconder el cuerpo. Ya tuvo suficiente con su primera aventura. Su inquebrantable crueldad le lleva a la profanación monstruosa del cadáver. Quiere que lo localicen irreconocible, y para colmo se encuentra en el campo, sin las herramientas precisas para llevar a cabo su ocultamiento. Compra un poco de gasolina y trata de incinerar el cuerpo, -la “cosa”, como él la llama-, pero al final solo consigue ennegrecerlo, no calcinarlo. «Al volver la vista a la pira, la halló negra, rodeada de rojas ascuas. Las atizó hacia el centro. El cuerpo seguía siendo un cuerpo, Como incineración, había sido un fracaso.» Por último hace uso de una pala. Con ella rompe el cráneo al cadáver, y con un par de nuevos golpes consigue desprender la mandíbula. Luego raspa la cintura con la pala para arrancar un  pedazo de carne, que deposita en la maleta, con objeto de utilizarla para sus ulteriores propósitos.

La destrucción del cuerpo, contado con todo lujo de detalles, es tan salvaje, tan sorprendente, que cualquier lector, por muy mezquinos que sean sus sentimientos, no puede permanecer impasible ante tal atrocidad. El encantador y urbano Tom Ripley se presenta ante los ojos de aquél como una auténtica bestia. Aquí, como en tantas otras partes de la novela, Highsmith se deleita frotando ante nuestras narices los horrores que se encuentran latentes bajo la capa de barniz de la civilización. No hay nadie como ella para éso, es una auténtica artista, con unos dones literarios tan excepcionales como la rabia que la llevó a escribir ficción.

Highsmith quedó muy satisfecha con «La máscara de Ripley», (tengo que reconocer que prefiero el título original, «Ripley Under Ground», Ripley bajo tierra), y es fácil comprender por qué. Ese desquiciado vértigo, esa madurez en la farsa, esa sala grotesca de espejos, que plantea el libro, con la imitación de la obra de Derwatt por parte de Bernard y la suplantación de la personalidad del propio Derwatt por la de Ripley, hace recordar la estafa a la que Tom sometió a Dickie Greenleaf en «El talento de Mr. Ripley». (Derwatt, Dickie... ¿es una coincidencia que ambos nombres comienzan con “D”...?). Mrs. Highsmith teje una intrincada red de mentiras en «La máscara de Ripley», red que se ve reforzada con un poco de suerte, «la suerte literal del diablo». Y, ¡cómo no!, hará lo mismo en el próximo libro de la serie. Como agasajo a una excepcional novela -éste «Ripley Under Ground»- la tercera entrega, –«El juego de Ripley»-, es aún mejor...
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