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domingo, 10 de abril de 2016

DOROTHY B. HUGHES: UNA ESCRITORA A DESCUBRIR

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Nacida el 10 de agosto de 1904 en Kansas City (Missouri), Dorothy B. Hughes –de soltera Dorothy Belle Flanagan- sustituyó su apellido –Flanagan- cuando se casó con Lewis Hughes en 1932. Hughes fue una escritora norteamericana que ejerció de poeta y crítica literaria, así como de profesional de la ficción criminalística, y que pasa por ser autora de catorce novelas negras y un libro de poemas. Hughes se doctoró en periodismo en la Universidad de Missouri en 1924 y escribió para los diarios «Los Angeles Times», el «New York Herald Tribune», y durante cuarenta años «The Albuquerque Tribune». Sus primeras novelas fueron demostraciones patrióticas de la problemática nazi y la degradación europea, pero a mediados de los años cuarenta su novelística, sin abandonar la panorámica de la raza en el oeste de Estados Unidos, bebió de la fuente policial. Así, su quinta novela, «The Blackbirder», publicada en 1943, sigue las peripecias de un refugiado de la Francia ocupada por los territorios de Arizona, donde vive protegido por una familia de indios de Tesuque. (Tesuque es un lugar ubicado en el condado de Santa Fe, en el estado de Nuevo México. Hughes vivió en Santa Fe durante la mayor parte de su vida). “Ride the Pink Horse”, publicada en 1946, que fue llevada al cine y protagonizada por Robert Montgomery, se desarrolla durante la fiesta de tres días que conmemora la reconquista española de nuevo México en 1692. Al año siguiente vio la luz la que hoy se considera su obra más famosa, «In a Lonely Place» (En un lugar solitario), germen de la película de Nicholas Ray protagonizada por Humphrey Bogart; un retrato psicológicamente complejo de un asesino en Los Ángeles. Hughes dejó a un lado la escritura para cuidar a su familia en 1952 y regresó en 1963 con «The Expendable Man». Fue ésta su última obra de ficción.

Dorothy B. Hughes eligió un reto diferente al de cualquier otra escritora de su tiempo: el de una mujer blanca que cuenta historias de y desde los puntos de vista de los psicóticos, las mujeres negras, los hombres españoles, los nativos americanos, los músicos de jazz, las mujeres de moda, los soldados, los médicos... Sus libros fueron ampliamente elogiados por la atmósfera de miedo y suspense que crean y, paradójicamente, criticados en el momento de su edición, como ocurrió cuando el New York Times comentó de «The Fallen Sparrow» (1942): “crea un conflicto de situaciones que va más allá del esquema de la novela policíaca”. La realidad es que el crimen nunca fue algo que interesase a Hughes; para ella «el mal» consistía en ser intolerante con los demás. Con sus poderes poéticos para la descripción, Hughes hizo del mal una enfermedad de la mente y un paisaje que se debe vigilar.

«In a Lonely Place» (1947) estableció un modelo para cientos de escritores posteriores, anticipándose incluso a «El asesino dentro de mí» (1952) de Jim Thompson, a la hora de ubicar al     lector dentro de la cabeza febril de un asesino. Pero, a diferencia de Thompson y muchos escritores posteriores, Hughes dirigió su mirada hacia el interior sólo para luego redirigirla  hacia el exterior. Ella poseía una mente abierta, no sólo sobre la naturaleza de los delitos sexuales, sino también sobre el complicado medio ambiente de la América posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hughes insinuó su intención desde el principio, llamando a su asesino, con un guiño de complicidad, Dixon «Dix» Steele. Veterano de la Segunda Guerra Mundial, donde sirvió como piloto de combate -quizás la más glamorosa de las ocupaciones militares-, Dix es un guionista del montón; débil, neurótico, desilusionado, amargado, inestable y violento. Con fama de conflictivo, tiene que afrontar la difícil tarea de adaptar al cine un libro de nula calidad literaria. Casualmente se entera de que Mildred, la chica del guardarropa del bar que frecuenta, ha leído la obra en cuestión. Decide entonces llevársela a su casa para que le cuente el argumento. Pero, a la mañana siguiente, el detective Brub Nicolai se presenta en ella y le comunica que Mildred ha sido asesinada, convirtiéndose Steele en el principal sospechoso. Poco después, durante el interrogatorio al que le somete la policía, Steele conocerá a su vecina -Laurel Gray-, una mujer muy atractiva que acaba de salir de una experiencia fallida de vida en pareja. Laurel asiste a la policía, en calidad de testigo, al admitir que “vigila” de vez en cuando la ventana de Steele ya que siente una “curiosa atracción por él”. La sospecha y la incertidumbre sobre si Steele tuvo algo que ver con el asesinato de Mildred pesarán sobre esta relación, así como sobre el resto de los acontecimientos de la novela. Dix Steele es quizás el más solitario de todos los personajes de Hughes. Un héroe que tras regresar de la guerra es incapaz de encajar de nuevo en la sociedad estadounidense de la posguerra y, sin nadie en quien confiar, sin terapia ni ayuda, y aparentemente sin ningún reconocimiento como el que otros hombres como él han sido capaces de lograr, desciende al asesinato y la misoginia, y vagabundea por las noches de Los Ángeles en busca de víctimas. La guerra y la barbarie que Stelle ha presenciado en Europa lo han reducido a la condición de sociópata. Se ha convertido en aquello contra lo que luchó y que es el tema principal de casi todas las novelas de Hughes.

Los relatos de Hughes se desarrollaron en su totalidad dentro del ámbito de los Estados Unidos. Su preocupación estuvo íntimamente ligada a la situación internacional, y su sensibilidad fue más europea que americana. De hecho, es difícil pensar en otro escritor contemporáneo estadounidense -hombre o mujer- tan preocupado por el empeoramiento de la realidad internacional y el acercamiento al fascismo como ella, exceptuando tal vez a Hemingway y Dos Passos.

Hughes fue, y sigue siendo, una desconocida para los seguidores de la novela negra tradicional. No obstante, su obra merece ser leída más ampliamente. Ella fue una escritora de transición. Su figura representó un alejamiento del hard-boiled clásico; de las novelas de ritmo frenético de Cain, Hammett y Chandler, que dominaron la década de los 30, en una búsqueda incómoda de la sensibilidad de la década de los 40. Su trabajo está más en concordancia con los escritores británicos de la época, tales como Graham Greene o Eric Ambler, -de hecho, su novela de 1942 «The Fallen Sparrow», está dedicada a Ambler-, una armonía que reconoció abiertamente en todas sus entrevistas. 

Hughes se vio influenciada por una amplia gama de géneros en la década de los 40. Ella estuvo originalmente preocupada por la poesía, lo que sin duda contribuyó a que su prosa fuera altamente lírica. La calidad de su escritura fue lo suficientemente buena para compensar sus frecuentes fallos de coherencia narrativa. En la lectura de Hughes es imposible descartar imágenes tomadas del expresionismo alemán, también presente en la obra de otros muchos europeos emigrados a Hollywood: todas esas calles oscuras, donde los hombres invisibles acechan en las sombras... Otras influencias contemporáneas presentes en su obra fueron el realismo poético francés, con sus héroes condenados y sus amores imposibles, y el existencialismo del absurdo. A pesar de vivir al otro lado del Atlántico, Hughes, mejor que cualquier otro escritor estadounidense de la época, fue capaz de captar la vaga inquietud y el inminente cataclismo del momento.

Sus novelas fueron redactadas un tanto apresuradamente, con giros de última hora y cambios de carácter, aunque el sentido y el olor de los últimos años de la guerra y sus secuelas inmediatas, están siempre presentes. Pero eso es, con todo, menos importante que lo que nos ofreció de forma persistente: un cierto estado de ánimo, la sensación de terror, de ser cazado o perseguido por fuerzas invisibles.

Una novela de Dorothy B. Hughes es siempre «una persecución». Es rara la vez que la narración comienza por el principio de los hechos; invariablemente el lector se incorpora a la trama en algún momento futuro. Ella apenas necesita tiempo para “sembrar” la trama; todo lo contario, los grandes giros y hechos cruciales caen sobre nosotros en momentos aleatorios. Cuando la acción se ralentiza, cuando se requiere una motivación, Hughes es capaz de incorporar una en que nos mete de nuevo en la trama. «In a Lonely Place» puede ser la más estructurada que sus novelas, aunque todavía adolece de cierto grado de improvisación. Sin embargo Hughes se las arregla para «mantenernos dentro de ella», a veces con un poco de miedo, de vez en cuando con un poco de desconcierto, pero siempre, al dar la vuelta a la página, permanecemos envueltos en la atmósfera sin igual que ella crea.

En última instancia, las novelas de Hughes gozaron del privilegio de esta «atmósfera inigualable» que planea sobre la trama, por lo que Hollywood la reclamó y, a menudo, trató de potenciar ese ambiente con argumentos más fuertes. Esto cambió después de la guerra: En «In a Lonely Place» nos tropezamos con un Dix Steele dotado de una más complejidad y una conflictividad interna superior a la de los personajes de sus novelas anteriores. Quizás sea debido a una mayor experiencia de Hughes como escritora (en esos momentos, 1946, ya había publicado nueve novelas). Pero también hay que considerar que la inmediatez de la guerra ya había pasado, y el sentido de urgencia, la necesidad de transmitir «miedo» se había erosionado. De cualquier manera, Hughes merece ser recordada como una «maestra de la atmósfera» capaz de capturar los estados de ánimo intangibles de la época y, al hacerlo, mostrar vívidamente el lado oscuro de la década de 1940.
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