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lunes, 27 de febrero de 2017

EL TOM RIPLEY QUE YO CONOCÍ

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Conocí a Tom Riplie en 1954 cuando se acababa de publicar «El talento de Mr. Ripley» en el que se recogía la primera parte de sus memorias. Tenía entonces 25 años de edad y se encontraba en Italia reclutado por un acaudalado empresario de Nueva York, Herbert Greenleaf, con el objeto de convencer a su hijo Dickie para que volviera a casa y siguiese una carrera adecuada. Allí le localicé en la pequeña ciudad costera de Mongibello, al sur de Nápoles, donde se enamoró de Dickie y luego acabó con su vida para evitar ser abandonado. El cuerpo de Dickie nunca fue encontrado. Aún hoy hay gente que cree que se suicidó. Fue Dickie el primer hombre al que mató y el único al que lamentó matar. En realidad el único crimen que se arrepintió haber cometido. Con ayuda de unas cartas falsificadas Tom pasó a ser su heredero y no tengo razón alguna para poner en duda que aún sigue disfrutando de esos beneficios.

Dickie Greenleaf fue una de las pocas personas decentes a las que Tom mató. Más adelante también acabó con el coleccionista de arte Thomas Murchison, golpeándolo en la cabeza con una botella de vino en la bodega de Belle Ombre. Murchinson, aquel jactancioso americano poseedor de un Derwatt, empeñado en demostrar que su cuadro era una falsificación. La realidad es que a Tom nunca le gustó el asesinato, pero la gente siempre se empeñó en que lo realizara. Hay que reconocer que sin el dominio de «este arte», y su falta de escrúpulos para llevarlo a cabo, Tom no sería Tom.

Si en aquellos tiempos usted hubiese tenido la oportunidad de acudir a una fiesta en Belle Ombre, a la casa-castillo que Tom regenta con su esposa en el pequeño pueblo de Villeperce, cerca de Fonteinebleau, habría contemplado con placer al matrimonio turnándose ante el clavicémbalo antes de invitarle a usted a disfrutar de la deliciosa comida preparada por su ama de llaves, la francesa Madame Annette. Tom habría sacado su mejor vino de la bodega, estremeciéndose ante la sangre de Murchison que todavía tiñe el suelo.   

Después de la publicación del segundo volumen de sus memorias, que apareció en 1970 bajo el título de «La máscara de Ripley», su biógrafa, Patricia Highsmith, presentó una copia a un amigo con la inscripción “Para Charles con amor... de Tom”. Highsmith, quizás con la anuencia de Tom, firmaba sus cartas con el nombre de su geniecillo favorito, un psicópata encantador cuya dedicación a una vida de arte y refinamiento borró por completo su conciencia. Highsmith llegó a completar cinco entregas de las memorias de Ripley que abarcan un período de su vida de 37 años. En ellas da cuenta de cómo Ripley mató al menos a ocho personas, la mayoría de ellas desagradables en extremo, y como, sin embargo, siempre salió libre.

No es de extrañar que Highsmith sintiera una especial empatía por Ripley. Con más de seis pies de altura, guapo, encantador, él siempre se mostró capaz de afrontar una pelea. Nunca mató a nadie sin un motivo justificado. A sus ochenta y tantos años no es una persona jactanciosa y rara vez se arrepiente de lo que hace. La verdad es que su deseo siempre fue cultivar flores en el jardín de su residencia de Belle Ombre y complacer los caprichos de su encantadora esposa Heloise. Su impulso homosexual, que tantos comentarios insidiosos suscitó, parece haber remitido con el paso de los años.

Los padres de Tom murieron en un accidente en el puerto de Boston cuando él era aún un niño pequeño, dejándolo al cuidado de su tía Dottie, -la «condenada tiita Dottie», como solía recordarla Tom-, una mujer severa de la que no guarda buenos recuerdos. Desde entonces Tom ha tenido miedo al agua. De hecho odia el mar. No en vano su elemento favorito es el fuego. En una ocasión, creo haberlo leído en la tercera entrega de sus memorias que se publicó allá por 1.974 bajo el título «El amigo americano», contempló con satisfacción como un par de mafiosos sin escrúpulos se asaban en su coche. ¡Muy propio de Tom! Creo haber leído que fue parte de un plan para ayudar al ingenuo e indefenso John Trevanny, un vecino de Villeperce, a cumplir una comisión de asesinato en la que Tom jugó un papel decisivo. Trevanny padecía leucemia y en la idea de que sus días estaban contados decidió aceptar una oferta para acabar con un par de matones en Hamburgo, con el fin de dejar algo de capital a su esposa e hijo después de su muerte. En realidad Tom hizo la mayor parte del trabajo sucio y así me lo confesó un día en Belle Ombre. La esposa de Trevanny, Simone, acabó escupiéndole. Aquello fue todo lo que recibió en pago por sus servicios.

Me tropecé con él, con Tom, por última vez en 1992 en el puente de Moret, al poco de publicarse «Ripley en peligro», la quinta entrega de sus memorias. Me contó que una enigmática pareja norteamericana, los Pritchard, se había empeñado en sacar a la luz los asesinatos que había cometido tiempo atrás. Hasta Tánger fue perseguido por estos pegajosos personajes empeñados en descubrir todo su historial delictivo, desde el asesinato de Dickie Greenleaf hasta el de Thomas Murchison, pasando por las falsificaciones de los cuadros Derwatt. Allí en el Loing, un afluente del Sena, los Pritchard se pasaban los días rastreando el río arriba y abajo en busca de los restos de Murchison. Recuerdo que en aquél momento un policía informó a Tom que su camioneta estaba estacionada ilegalmente. Tom se encontraba acompañado de Ed Banbury, un cómplice en el fraude de los Derwatt a quién había solicitado ayuda. Antes de regresar al vehículo lanzó un anillo de la suerte al Loing. Perteneció a Murchison, cuyo cuerpo se halla sumergido en el mismo río desde años atrás.

Desde el momento en que conoció a Ripley, Highsmith sostuvo la idea de que él llevó una existencia autónoma. En 1980, en unas declaraciones a la televisión británica, reveló que “sentía como si fuera el propio Ripley quién estuviera escribiendo”. Ella dio a entender en sus notas para «Ripley en peligro», la quinta y última entrega de sus memorias, que temía que su amado Tom se estuviera volviendo loco. Tal vez por eso no hemos tenido noticias de él últimamente. Si es así es una locura de modales perfectos, de buen gusto, de una civilidad a prueba de bomba.
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