CRÍMENES IMAGINARIOS (A Suspension of Mercy) Patricia Highsmith TRADUCCIÓN: Jordi Beltrán ANAGRAMA S. A., 2015 |
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Sydney
Bartleby ha matado a su esposa, Alicia. Al menos lo ha rumiado de manera
compulsiva, una y otra vez. Para ello ha trazado esquemas, ha manipulado peldaños,
ha estudiado coartadas. La ha empujado escaleras abajo, la ha estrangulado, la
ha ahogado en una bañera, la ha
quemado... En definitiva la ha ajusticiado veinte, treinta, cuarenta y,
porqué no, hasta cien veces.
Con
su característica precisión y sensibilidad sin igual, Patricia Highsmith
retrata sorprendentemente la caída de Sydney Bartleby en el traicionero mundo
de sus propias ficciones. En “Crímenes imaginarios” Highsmith explora las obsesiones,
las carencias y las chifladuras de Sydney. La narración se inicia en la sobria
y deslucida casa rural que los Bartley tienen arrendada en la campiña inglesa.
Sidney es un escritor sin porvenir y Alicia una pintora ocasional. Forman parte
de los clásicos personajes que pueblan las novelas de Highsmith, gente vulgar,
auténticos fracasados.
Alicia
percibe una modesta asignación familiar -cincuenta libras mensuales-, y Sidney se contenta con los beneficios
de unas acciones que un tío suyo de América le dejara en herencia -unos cien
dólares mensuales que recibe cuatro veces al año-. El tendero del pueblo les
fía. Compran en tiendas de segunda mano. Para los Bartley, fumar cigarrillos es
como enrollar billetes de diez chelines y encenderlos, mientras que el vino les
da la impresión de ser oro derretido. El televisor lo han alquilado en una
tienda. Cualquier locura desajusta su presupuesto familiar. Una copa rota es
una incontestable tragedia. La relación entre ambos se va deteriorando con el
paso de los días. La mayoría de sus conversaciones son banales, tratan de cuestiones
domésticas –como eliminar la basura, la limpieza de la casa, el medio a emplear
para desplazarse al pueblo a comprar provisiones-. De todas estas tareas,
fregar la vajilla y los cubiertos es la más dolorosa. Highsmith da cuenta de
cada plato y cada taza que acaba en al fregadero. Actividades necesarias que
apenas requieren tiempo Sydney las utiliza como excusa para postergar su
trabajo. Lleva años reescribiendo -quizás fuera mejor decir “sudando”- una
novela sin argumento sobre personas ociosas de Manhattan. Su padre había
intentado ser dramaturgo y sólo tenía publicada una de sus obras, pagando la
edición de su propio bolsillo. Con frecuencia Sydney piensa que la mediocridad
de aquél pesa sobre él.
«Hay
algo que no funciona en “Los estrategas”. De lo contario la venderías. Dices
que estás lleno de argumentos... fuera del papel», se queja Alicia, que
considera su actitud como cobarde por depender de la opinión ajena en lugar de
seguir su propio olfato. Por comentarios como éste, Sidney reprueba a Alicia Considera
que hace mucho que perdió su crédito ante ella, y colérico la culpa de su anquilosamiento:
«¡La culpa la tienen tus continuas interrupciones!».
Tras
contrarias e irritantes secuencias, Alicia y Sidney se encuentran en el filo de
la navaja, en ese punto en el cuál una persona «normal» es capaz de cometer un
asesinato. Sin embargo en ese momento Alicia, harta de su marido, decide
realizar un viaje incierto y la desquiciada imaginación de Sidney le lleva a cavar
una fosa en el bosque en la que sepulta su pesada y vieja alfombra como si
contuviese el cuerpo de Alicia. La idea del asesinato de su pareja le enloquece
y la toma como pretexto para una nueva novela. Es la primera vez que Sidney se
encuentra ante una idea que verdaderamente le provoca escribir. Y quiere ser conciso
y descarnado. Recoge en un cuaderno de notas el hastío, el pánico y el
sentimiento de servidumbre que le abruma por anular y hacer desaparecer a
Alicia.
Los
padres de Alicia hacen llegar un suplicatorio a la policía para que averigüen
el paradero de su hija. No obstante, Sidney apoya y alimenta la simulación,
comportándose ante sus amigos, sus conocidos y ante misma policía como lo haría
un criminal. Concibe mantener la broma hasta que Alicia dé señales de vida.
Pero Alicia, aunque se sabe escudriñada, no está por la labor y se siente vacilante
a aparecer en público. Ha encontrado refugio en los brazos de otro hombre, y no
desea que los periódicos se hagan eco de ello.
“Crímenes imaginarios” es una obra maestra de la
fantasía negra en la que Highsmith se deleita con la provocación de
inquietantes fuerzas psicológicas que se esconden bajo la superficie de la vida
cotidiana. Highsmith desarrolla en “Crímenes
imaginarios” el sofisma que preside toda su obra y que fue expuesto en su
primer trabajo “Extraños en un tren” por uno de sus personajes: «Cualquier persona es capaz de asesinar. Es
puramente cuestión de circunstancias, sin que tenga nada que ver con el
temperamento. La gente llega hasta un límite determinado... y solo hace falta
algo, cualquier insignificancia, que les empuje a dar el salto».
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