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sábado, 22 de agosto de 2015

SJÖWALL Y WAHLÖÖ, O LOS ORÍGENES DEL«NORDIC NOIR»

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«10 LIBROS Y SOLO 10 LIBROS»

Diez años, 10 libros. Cada libro 30 capítulos, 300 capítulos en total. Cada uno centrado en un mismo grupo de policías, todos ellos de mediana edad, poco atractivos, pertenecientes al Departamento Nacional de Homicidios de Estocolmo. El objetivo de cada entrega -éste al menos fue el propósito de los autores-  reflejar los problemas sociales de la Suecia de los años sesenta del siglo pasado. Para ello cada libro plantea una crítica marxista de la sociedad de su tiempo.

Por improbable que pueda parecer, las novelas de Sjöwall y Wahlöö se han convertido en best-sellers internacionales, con más de 10 millones de copias vendidas. Hoy son consideradas  clásicos del género de suspense, y han sido llevadas al cine y adaptadas a la televisión. Las sucesivas generaciones de escritores noir han idolatrado a ambos novelistas y hay quien piensa incluso que la pareja concibió la mejor serie criminal que jamás se haya escrito; que sin ellos no existirían ni el John Rebus de Ian Rankin ni el Kurt Wallander de Henning Mankell.

Sin embargo, el caprichoso azar tuvo aquí su parte de culpa. Si no se hubieran encontrado Maj Sjöwall y Per Wahlöö sus novelas no se hubieran materializado; y si el juguetón Cupido no lo hubiese decidido así, sus libros no serían hoy tan buenos como se considera que son. Un hombre y una mujer, una pareja en definitiva, se sientan cada tarde a escribir. La cena ha concluido y sus hijos ya están en la cama. Ella nunca ha escrito un libro antes. Él es un autor publicado. Escriben toda la noche si es necesario. Cada uno un capítulo. A la noche siguiente se intercambian los capítulos. La narración va fluyendo de forma natural...

Cuando Sjöwall y Wahlöö la llevaron a la práctica, la idea de que una novela policíaca debía ofrecer un detective «creíble», con sus defectos incluidos, era nueva. Hemos crecido tan acostumbrados a nuestros héroes ficticios, ya sea en los libros como en la pantalla, que hemos pasado por alto que Martin Beck evolucionó de hombre infelizmente casado -padre de dos jóvenes adolescentes- a divorciado y en relaciones con una mujer soltera como lo haría hoy día cualquiera de nuestros familiares o vecinos. Que además es un personaje propenso a los resfriados y que a menudo sufre de dolencias y malestares físicos. Y que, para colmo de males, es un ser humano con todos sus condicionantes.

Martin Beck comparte el protagonismo con un grupo de colegas, igualmente «creíbles», todos varones. No hay un héroe entre  ellos. Todos, sin excepción, poseen la facultad de cabrearse con los demás de la misma manera que lo haría cualquier otra persona que haya trabajado en una oficina. Los ánimos entre ellos se suelen exacerbar, sin embargo pasan más tiempo juntos del que dedican a sus propias esposas.

Los diez libros de la serie están centrados en una época en la que todo el mundo fumaba; no había teléfonos móviles, o muestras de ADN, o internet. Están llenos de direcciones suecas que nos resultan tan ajenas como impronunciables. Sin embargo, tienen la cualidad de no pasar por anticuados o desagradables. Antes al contrario, a pesar de que la acción es a menudo lenta, su lectura resulta atrayente. Hacia el final de la serie, es cierto, el mensaje se vuelve algo intimidatorio –es inevitable detectar que Wahlöö sabía que iba a morir, que el tiempo se le estaba acabando- pero llegados a este punto el lector ya está suficientemente enganchado y cualquier cosa es perdonable.

Entonces, ¿qué hace que estas novelas sean tan convincentes? Hay algo intrínsecamente respetable en todas ellas, algo que tiene que ver con la investigación meticulosa y la frágil humanidad de los personajes. En estas narraciones se muestran -dicen los críticos- una relevancia y una atemporalidad que es la marca de clase de toda buena ficción. El estilo, engañosamente simple, es a la vez escaso y dramático. Un logro más que notable si se piensa que los libros fueron escritos por dos personas.

Cuando Maj Sjöwall y Per Wahlöö se conocieron en el verano de 1962 la atracción entre ellos fue instantánea. Todo suena muy bohemio y muy «sueco». Wahlöö era nueve años mayor que Sjöwall, casado y con una hija. Pelo grande, nariz grande, ojos grandes, gran sonrisa. Fue miembro del Partido Comunista. Un ex reportero del crimen, que había sido deportado de la España franquista. En el momento que se tropezó con Sjöwall era un periodista político bien considerado. Sjöwall –a la vez periodista y directora de arte- aparentaba tener menor edad de los 27 años que cargaba a sus espaldas. Desprendía un aspecto juvenil y un rostro fresco.

Ambos provenían de un estrato social medio acomodado. El padre de Maj Sjöwall era director de una cadena de hoteles y ella creció en el último piso de uno de ellos, en el centro de Estocolmo. Su noción de la sociedad giraba en torno a la idea de que ésta era muy parecida a un hotel de lujo, donde los invitados ricos acaparaban el ático mientras el personal de la cocina debía conformarse con pelar patatas en el sótano, y ésto, evidentemente, era malo de por si.

Durante su adolescencia Sjöwall frecuentó bares y restaurantes en un momento en que las mujeres jóvenes no solían realizar este tipo de actividades. A la edad de 21 años, cuando comenzaba su carrera como periodista, descubrió que se encontraba embarazada de un hombre con quien ya había roto relaciones. Su padre trató de obligarla a abortar. Un amigo de trabajo, 20 años mayor que ella, le sugirió la idea de que se casaran. Después de que terminó este vínculo volvió a contraer matrimonio, esta vez con otro hombre mayor que deseaba tener más hijos. Este segundo matrimonio tampoco duró mucho. Lo cierto es que en el instante que conoció a Wahlöö se encontraba ejerciendo de madre soltera, con una hija de seis años de edad.

Wahlöö recibió por ese entonces el encargo de escribir un libro, e iba a trabajar todas las noches a una habitación de hotel cerca del bar que frecuentaba Sjöwall. Suena increíblemente íntimo y clandestino. Pero así es el amor. Un año después Per había dejado a su esposa y se había mudado a vivir junto a Sjöwall y su hija Lena. Su primer hijo, Tetz, nació nueve meses más tarde.

Ambos se cuestionaron la idea de escribir una serie de novelas sobre crímenes. Debatieron sobre la literatura criminal que tanto admiraban, sobre escritores progresistas como Dashiell Hammett, precursor del género negro, de quien Chandler señaló con brillantez que “sacó el crimen del jarrón veneciano y lo arrojó de vuelta a la calle”. El objetivo de Sjöwall y Wahlöö, sin embargo, no tenía nada que ver con jarrones venecianos; iba más allá, era algo más subversivo que lo que había pasado antes. Se dieron cuenta de que la gente gustaba de leer novela de crimen y que a través de sus historias podían mostrar al lector que bajo la imagen oficial de bienestar que exhalaba la Suecia de la época había otro estrato que no olía tan bien, otro estrato de pobreza, criminalidad y barbarie. Se plantearon mostrar al mundo que Suecia se dirigía hacia una sociedad capitalista, fría e inhumana, donde los ricos se hacían más ricos por momentos y los pobres más pobres. Planearon, pues, 10 libros y sólo 10 libros.

Siguieron siete meses de minuciosa investigación que culminó con la elaboración de una geografía exacta del escenario de sus relatos, donde todo debía encajar, desde las distancias que Beck y su equipo tendrían que realizar hasta cuánto tiempo les tomaría. Cada capítulo se trazó de antemano como un guion gráfico. Luego escribieron todas las noches hasta que dieron por terminado el primer manuscrito. «Roseanna» se vendió moderadamente bien y cosechó incluso buenas críticas.

«Roseanna» fue seguida por «El hombre que se esfumó» y por «El hombre del balcón», cada una escrita en el escrupuloso plazo de  12 meses. Sus temas se ajustaban a la agenda informativa: la pedofilia, los asesinos en serie, la industria del sexo, el suicidio.

Wahlöö enfermó cuatro años antes de su muerte. En primer lugar, se quejó de una inflamación. A continuación, los médicos dijeron que sus pulmones estaban llenos de agua. Con el tiempo se dieron cuenta de que su páncreas se había reventado. Murió en junio de 1975 a la edad de 49 años. La relación de la pareja se había mantenido durante 13 años.

Hoy Maj Sjöwall, a sus 80 años, todavía trabaja como escritora y traductora y aunque, a diferencia de Rankin o Mankell, los libros que escribió con Wahlöö no la han hecho rica, sí que tiene la satisfacción de ver como sus novelas siguen vivas en la mente de sus lectores.
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2 comentarios:

  1. Muy bueno el artículo, como siempre. Da gusto recordar todo esto y saber algunas cosas que no se tenían presentes.
    Lo comparto en twitter mañana @2davidgomez
    Saludos

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