---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
EL PSICOANALISTA (The Analyst) John Katzenbach TRADUCCIÓN: Laura Paredes EDICIONES B, S. A. |
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
«El psicoanalista» (The Analyst), la novela
más exitosa de John Katzenbach, escritor norteamericano nacido en Princenton
(New Jersey), fue editada originalmente en 2002. Katzenbach tiene
actualmente dos nominaciones a los premios Edgar por «Al calor del verano» (In the Heat of the Summer, 1982) y «La Sombra» (The Shadow Man, 1995), así
como el dudoso honor de ocupar un lugar en la lista de «bestsellers» del New
York Times. Sus libros incluyen entre otros: «Retrato de sangre» (The Traveler, 1987), «Juicio final» (Just
Cause, 1992), «El profesor» (What Comes Next, 2010) y «El estudiante» (The Dead
Student, 2014).
El psicoanalista que da título a este relato
es el Dr. Frederick («Ricky») Starks, un viudo sedentario, de carácter
totalmente introspectivo, y yo me atrevería a decir que poco atractivo para el
lector. A sus cincuenta y tres años de edad, Starks pasa los días oyendo a
la gente quejarse de su madre. Unas madres, según ellos, desconsideradas,
crueles y sexualmente provocativas. Todos sus clientes, sin excepción, dedican
sus sesiones a echar pestes contra las mujeres que les han traído al mundo. La
monotonía de escuchar a sus pacientes, a quienes desagrada, solo se ve rota por
la proximidad de unas vacaciones en su residencia de verano de Cape
Cod. Sus planes, sin embargo, se tuercen cuando encuentra una carta dejada
en la sala de espera de su consultorio por una persona que se hace llamar a sí
misma «Rumplestiltskin». La carta comienza así: «Feliz cumpleaños, doctor.
Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún momento de su pasado.
Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué o cuándo, pero lo hizo.
Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora
estoy decidido a arruinar la suya. Al principio pensé que debería matarlo para
ajustarle las cuentas, sencillamente. Pero me di cuenta de que eso era
demasiado sencillo. Es un objetivo patéticamente fácil, doctor. Acecharlo y
matarlo no habría supuesto ningún desafío. Y, dada la facilidad de ese
asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfacción necesaria.
He decidido que prefiero que se suicide.» Como condición para librarse de
semejante desatino, Rumplestiltskin le impone a Starks la penitencia de adivinar
su verdadera identidad. O eso, o la alternativa de quitarse la vida en un plazo
de quince días. De no acceder a ello pende sobre Starks la amenaza que uno de
sus parientes –cuya lista abarca el cuantioso número de cincuenta y dos- pase a
disfrutar el sueño de los justos. Como prueba de su buena fe e
intenciones, el Sr. R. informa a Ricky que un mensaje ya ha sido entregado a una
de esas personas.
El mensaje, entregado a una joven de catorce
años de edad, sobrina nieta del médico, es suficientemente desagradable y Ricky
decide tomarse la carta en serio. Igualmente la muerte de uno de sus pacientes,
un aparente suicidio pero asesinato a los ojos de Starks, le impulsa aún más a
creer la palabra de los dos subordinados de Rumplestilskin que se presentan
ante él. Una mujer joven y bella, que se hace llamar “Virgil”, le comunica
a Ricky que será su guía al infierno. Más tarde, un supuesto abogado, que responde
al nombre de “Merlin”, obsesionado en presentar un caso de mala conducta
profesional contra el médico, comunica a Ricky que va a destruirlo.
Ricky Starks no tarda en descubrir que ha
sido despojado de casi todos sus activos, así como de su reputación. Mientras
los días pasan inexorablemente, se mantiene en contacto con su torturador a
través de una serie de anuncios publicados en la portada del New York Times. Starks
busca la ayuda del hombre que fue su mentor, aquél que lo formó en su profesión
y fue su guía en sus comienzos, pero finalmente se da cuenta que no hay
alternativa a la muerte. Y así, una noche de luna llena, después de prender
fuego a su casa de verano en Wellfleet, conduce con cuidado y sin pausa hasta
una playa que le es conocida desde hace años y, desnudo como el amanecer, camina
despacio hacia el agua embravecida.
Katzenbach atesora una dilatada trayectoria
como reportero especializado en temas judiciales, quehacer que ha desarrollado
en los rotativos «The Miami Herald» y «Miami News». Por esta labor, que ha
sabido amalgamar cuidadosamente con la escritura, es razonable suponerle una disposición
a reducir el número de palabras al mínimo, siempre con una inversión en cada
palabra capaz de producir el máximo
impacto posible. Sin embargo «El psicoanalista» es una obra densa y bendecida
con la longitud de una enciclopedia.
Mucho se ha hablado sobre la fragilidad que destila
a veces la personalidad. El libro hace de ello acopio de largo alcance y
nos invita a apreciar cómo dejar atrás los patrones predecibles de una
antigua vida y cómo desarrollar una nueva identidad a través de un largo viaje
de venganza y redención. Coexisten en «El psicoanalista» muchos acontecimientos
impresionantes, todos ellos provistos de una inmoderada descripción y seguidos de consideraciones cercanas al mundo del
psicoanalis. Se hace complicado sentir simpatía por el doctor Starks, aunque más
complicado es aún sentirla por sus perseguidores. Asimismo no es fácil entender
como un personaje, cuyos hábitos sedentarios están cimentados a través de años
de largas y duras sesiones sentado tras un diván escuchando a sus pacientes, en
un hábitat que no incluye ningún tipo de formación física y cuyas articulaciones
cabe suponer anquilosadas, es capaz de recorrer miles de millas sin ningún
esfuerzo obvio. Asimismo Starks se permite ser atrapado en una situación
incómoda por no atreverse a contactar a tiempo con la policía y, cuando lo hace,
es recibido con una rudeza insensible así como con gran incredulidad. ¿Es digno
de crédito que una institución tan americana como la policía tenga miembros que
se comporten de este modo?
Si bien es cierto que la increíble -y uso el
adjetivo apropiado- longitud de «El psicoanalista» podría ser recortada en
cientos de páginas y su trama obligada a seguir caminos menos tortuosos,
también lo es que algunos de sus puntos culminantes, como el fino sentido del
ritmo, las curvas imprevisibles y las frescas caracterizaciones, eclipsan sus
fallos menores.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario