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ÓRDENES SAGRADAS. (Holy Orders) Benjamin Black TRADUCCIÓN: Nuria Barrios PENGUIN RANDOM HOUSE, GRUPO EDITORIAL |
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Es cuando menos curioso -por no calificarlo de desconcertante-
el hecho de que novelistas consagrados en literatura culta de pronto transgredan
las lindes de ésta y se adentren en el terreno del relato relacionado con la
delincuencia. ¿Hay que considerarlos por ello escritores diferentes? John Banville, ganador del Premio
Booker 2005 por «El mar», amén
del Premio Principe de Asturias de las Letras 2014, ha publicado siete relatos
de suspense. Él firma sus novelas negras como Benjamin Black, su «otro yo» y, desde
luego, se ve diferente.
La primera novela negra de Black, «Christine Falls», se
publicó en 2006. Según Banville, fue un subproducto de un guion para una serie
de televisión que nunca se llevó a cabo. Situada
entre Dublín y Boston, capital esta última del estado de Massachusetts, allá
por la década de 1950, la narración aporta toda la viveza y penetración
psicológica posibles a una historia de crimen, emocionante y atmosférica. Una
noche, después de tomar unas copas, Quirke baja al depósito de cadáveres donde
trabaja y encuentra a su hermano adoptivo –Malachy- ajetreado con un archivo
que no tiene por qué estar en sus manos. A la mañana siguiente, cuando la
niebla se ha levantado, el médico toma conciencia de la manipulación de un
cadáver y la ocultación de la causa de la muerte.
Quirke, el protagonista de la serie policíaca de
Black, es un patólogo de Dublín que se define a sí mismo como “Un consultor
para los muertos”, y al que conocemos solo por su apellido. Es un
alcohólico con tendencias misantrópicas y con un gran atractivo para las
mujeres. Tiene un gusto especial por los zapatos hechos a mano. Su infeliz
familia incluye a su hermano Mal; la esposa de éste, Rose; su desafortunada
hija Phoebe, quien se
pasa la vida colaborando en sus casos de asesinato, y su compañera, Isabel
Galloway, actriz de teatro en activo. Su padre adoptivo fue el fallecido Garret
Griffin, juez del Tribunal supremo de Irlanda. Su vida familiar no es tanto
disfuncional como desenfrenadamente gótica, con manifestaciones de
ilegitimidad, de adulterio, crueldad y confusiones acerca de su paternidad.
«Christine
Falls» se convirtió en una «plantilla» para la serie. En el corazón de
la misma late Quirke, a quien hemos calificado como una mezcla profana de
licores, tristeza y apetitos animales. Sus relaciones familiares, por lo
general, forman parte de la trama. Un
recurrente común de la villanía que le acompaña, directa o indirectamente, es
la Iglesia Católica Apostólica y Romana, por la que Quirke siente un odio
inveterado debido a su corrupción institucional y el daño que produjo en él siendo
escolar.
Los libros de Benjamin Black están dominados por la
imagen brillante y convincente del Dublín de hace 60 años. Todo está aquí, los bares llenos de
humo, los edificios de mala muerte, la lluvia y la silenciosa desesperación de
muchos de los habitantes de ese mundo corrompido. Pocos novelistas son capaces
de fijar la atención en los detalles pictóricos tal como lo hace Black, y pocos
escriben una prosa tan límpida y expresiva como la suya. Hay una cualidad que fluye de la
lengua de Benville que es difícil encontrar en la ficción literaria de otros
escritores.
La
trama de «Órdenes sagradas» es básica. Un joven reportero del «Clarion» es
golpeado hasta la muerte en un campamento gitano cerca de Belfast y cuando
Quirke -en su función de patólogo- hace un informe sobre el cuerpo del
fallecido, lo reconoce como el de Jimmy Minor, un amigo de su
hija Phoebe. Quirke mantiene una relación ambigua con su hija,
reconociendo su capacidad para decir las cosas equivocadas en el momento
equivocado. El Padre Honan, un hombre «bueno y piadoso» según todos, es
retratado aquí de manera sutil, así como sutil es la tristeza que emana de
Sally, la hermana del hombre asesinado, que encuentra su propia manera de
venganza a través de su relación con la hija de Quirke.
Quizás
el capítulo más horrible de este libro sea aquel en que se narra la visita
de Quirke a «Trinity Manor» -refugio de los padres de la Santísima Trinidad-,
que recrea en él los recuerdos de su infancia, y trae a su memoria las
instituciones en las que se crio de pequeño. Sólo Quirke podría conjugar con tan
acertada claridad la dureza de la remembranza con su observación de una casa decorada
con medallones y leyendas latinas en sus puertas. “Al final del camino de
entrada en curva se levantaba el edificio, imponente y gris, entre planas
extensiones de césped. Los árboles –sicómoros, hayas y algún que otro roble-
aún estaban sin hojas, sus ramas se perfilaban negras y austeras contra el cielo azul plomizo y los grandes
macizos de nubes plateadas”. Para añadir secamente a continuación: “Con qué
rapidez se apoderaron los sacerdotes de lo mejor que dejaron los ingleses, tan
pronto como estos se marcharon.”
El hombre de edad avanzada, el viejo portero de Trinity Manor con quien Quirke se reúne en el caserón y con quien dialoga durante una media hora en la cocina, se hace llamar Thady hasta el momento en que se despiden en la puerta, momento a partir del cual conviene en llamarse, de forma sorpresiva, Richie. Lo más curioso es que Thady -¿o tal vez Richie?- parece haberse olvidado de la conversación que ambos mantuvieron en la cocina de Trinity Manor momentos antes.
La sensación de ser perseguida abruma a Phoebe, una Phoebe que se sorprende a sí misma tomando como huésped a una desconocida que resulta ser la hermana de Jimmy Minor. El objetivo de Sally no es ni Phoebe ni Quirke. Ella tiene sus propias ideas. A partir de este momento la narración alcanza una nueva y oscura dimensión. Sally acude al confesionario del Padre Honan. “Hace tiempo que no me confieso, padre...” Honan está a la espera de partir hacia África, hacia su amada Nigeria, donde ha vivido tres felices años como misionero. “En África, el pecado estaba lleno de vida, había un gozoso deleite en todas las oscuras posibilidades que el mundo ofrecía”. Y cuando Sally le pregunta simplemente, “¿Quién perdona sus pecados, padre?”, siente “una sensación de escalofrío” cuando él responde: “Dios, ¿quién sino Él?
Para Black el misterio de la condición humana sigue siendo impenetrable. «Órdenes sagradas» es un libro lleno de amargura y recuerdos tan dolorosos, que son casi alucinatorios.
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