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jueves, 17 de diciembre de 2015

EL HOMBRE DEL REVÉS. (Fred Vargas)

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EL HOMBRE DEL REVÉS (L´homme à l´envers)
Fred Vargas
TRADUCCIÓN: Anne-Hélène Suárez  Girard
PENGUIN RANDOM HOUSE. GRUPO EDITORIAL, 2015
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«La Bestia del Mercantour»

El miedo se ha convertido en un paseante asiduo en los pueblos aledaños al Parque del Mercantour. Un supuesto lobo, de enorme tamaño, ya ha sacrificado una gran cantidad de ovejas y los hombres, hastiados y temerosos, deciden emprender su captura para recuperar la tranquilidad. Por su parte, Camille, una mujer independiente, apasionada de los catálogos de herramientas profesionales, y de una belleza desconcertante, se sumerge en «otra pista» con su compañero Lawrence, un canadiense de tipo alto y rubio, especializado en la vida y costumbres de los osos pardos en su país. Lawrence ha llegado de aquellos lares para estudiar los lobos del Mercantour y ha importado dos palabras que acomoda en cualquier frase de forma constante y frecuente: «God» y «Bullshit». (Supuestamente atribuibles a las exclamaciones «¡Dios!» y «¡Mierda!», respectivamente; aunque solo él sabe que quiere decir con ellas en realidad).

Camille y Lawrence sostienen una discusión con Suzanne Rosselin, una estanciera que dirige sóla la ganadería de Les Écarts, -con mano de hierro  según dicen-, referente a la opinión de ésta según la cual Massart, un residente de la aldea, es un hombre lobo. Suzanne basa sus argumentos en que aquél no tiene vello. «-¿Es verdad Lawrence? –Verdad. La otra noche, mientras arreglabas la fuga. Dice que es un puto hombre lobo de mierda lo que está sangrando toda la región. Que por eso sus dientes no son normales.» Será éste, precisamente, el detonante que ponga en marcha una estremecedora historia plagada de violencia, odios y venganza. No en vano, al día siguiente de la referida discusión con Suzanne todo se complica. La pastora aparece degollada. Es encontrada tendida en la paja sucia, boca arriba, con los brazos abiertos y el camisón subido hasta las rodillas. En la garganta, una horrible herida deja escapar un mar de sangre. El lobo ha atacado de nuevo y Massart ha desaparecido. Soliman, hijo adoptivo de Suzanne, y el Veloso, su viejo pastor, deciden emprender la búsqueda del hombre lobo Massart. Para ello se las arreglan para convencer a Camille que los acompañe. Será ella la encargada de conducir una ganadera de veinte años de antigüedad, -¡la flor de la edad!-, resistente eso sí, pero sin dirección asistida y con frenos de tambor. Para colmo reina en ella un calor asfixiante y un penetrante olor a lana grasienta. A la mañana siguiente Camille atisba los defectos garrafales de la empresa: lo necio del proyecto, lo peligroso de la puesta en escena, lo desagradable de la promiscuidad con dos tipos casi desconocidos y que no parecen estar en el mejor momento de su quietud. Sin embargo todo está ya decidido y la «road-movie» da comienzo.

Publicada en 1999, «El hombre del revés, (L’Homme à l’envers)» es la segunda novela de la serie protagonizada por el comisario Adamsberg. Desde las primeras cadencias de la historia, desde las primeras páginas, el lector curtido en novelas policiacas no puede dejar de observar e interpretar con interés «las consecuencias» que se derivan de la posición del canadiense dentro del sistema articulado de personajes del texto. Al igual que en otras novelas de la autora la trama se organiza a partir de las tres figuras arquetípicas de cualquier novela del género, -investigador, víctima y culpable-, a las que habría que añadir al sospechoso. El culpable, «la figura del Mal», es el contrapunto del investigador, representante del «Bien y del orden». A diferencia de este último, que ocupa un lugar protagonista y está presente a lo largo de todo el planteamiento, llevando a cabo las tareas de investigación que harán avanzar el relato hacia la resolución del crimen, el culpable de la novela policiaca no ocupa un lugar cardinal en el desarrollo de la intriga –al menos en la novela policiaca convencional–. En efecto, la identidad de esta figura es un interrogante hasta el desenlace de la obra, y permanece oculta, en un segundo plano, disimulada entre la de otros personajes, los sospechosos e incluso los testigos. De este modo, desde un punto de vista literal, exacto, podemos afirmar que el culpable ocupa un lugar circundante, puesto que su identidad aparece enmascarada desde el momento de la comisión del crimen hasta las páginas finales en las que el misterio queda resuelto.

A partir de la formulación y enunciado de la hipótesis del «hombre-lobo» todos los personajes de la novela se adhieren a dos grupos de ideas contrapuestas. Es éste un hecho frecuente en otros textos de esta autora, donde es imposible obviar las luchas dialécticas entre los partidarios del anárquico y desordenado comisario Adamsberg y los más cerebrales y cercanos a la razón, encabezados por Danglard, su adjunto. Así pues, y siguiendo esta línea de actuación, en esta novela figuran, por un lado, los personajes que se abandonan a la idea seductora de la existencia del hombre-lobo y que, en cierto modo, encuentran su «cabeza de turco», -esa persona hacia la cual redirigir su agresividad-, en un ser ajeno a lo humano, con la idea, quizá sensiblera, de rechazar la posibilidad de que un semejante sea capaz de cometer crímenes tan atroces. Y por otro lado, aparecen los que, sin desechar completamente el carácter irracional de los asesinatos, prefieren atribuir tales actos a un ser humano. En cualquier caso, el final de la novela se desarrolla dentro de una lógica completamente racional, como corresponde a la estructura de toda novela policíaca convencional.

Lo paranormal, los monstruos y las leyendas son los señuelos de los que se sirve Vargas para captar la atención del lector. Los crímenes en sus novelas siempre tienen una explicación racional y son ejecutados por la mano del hombre, esencialmente de un hombre perturbado. Este caso no iba a ser una excepción. «El hombre del revés» no oculta a un animal, no hay una bestia mítica que mate para saciar su sed de sangre. El criminal es  un hombre de apariencia normal cuyo interior –«cuyo revés»– alberga odio, sed de venganza y un profundo desprecio por la vida ajena. Hablamos, en definitiva, del interior de un asesino.
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