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martes, 13 de diciembre de 2016

LA FORMA DEL AGUA. (Andrea Camilleri)

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LA FORMA DEL AGUA (Forma dell´Acqua)
Andrea Camilleri
TRADUCCIÓN: María Antonia Menini Pagès
EDICIONES SALAMANDRA S. A.
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Andrea Camilleri es actualmente el autor de mayor éxito en Italia, sin embargo, a mediados de la década de los noventa era un septuagenario prácticamente desconocido que había escrito apenas un puñado de novelas históricas. En 1994 su figura emerge de la nada acompañada de la de Salvo Montalbano, el héroe popular que puebla sus historias, personaje que vio la luz en «La forma del agua», y que le catapultó de manera inmediata a la fama.

En su aparición en el mundo de la página escrita, -del que «La forma del agua» fue su primera pincelada-, Salvo Montalbano no está entre nosotros. Está soñando. No es un sueño común, es un sueño erótico, una relación viva con su amada Livia, un éxtasis psíquico, intensivo y privado. Este sueño, sin embargo, se ve interrumpido por una llamada telefónica en la que el sargento Fazio le comunica la muerte de un hombre. Se abre pues un nuevo caso en la vida de Montalbano; para nosotros el primero de una larga serie.

Estamos ante la metáfora de un nacimiento implacable. Una llamada a la vida, repentina y traumática. Montalbano es arrebatado de los brazos de Morfeo para ser entregado por su autor a los lectores. La trama de «La forma del agua» es simple: el cuerpo de un hombre es descubierto en un coche, en lo que eufemísticamente es llamado «el aprisco», el barrio rojo de Vigàta, especializado en el trapicheo de toda clase de drogas blandas. La víctima, Silvio Luparello, es, o más bien fue, un político al borde del éxito y, cosa rara en Italia, tiene un historial intachable. Su cuerpo es encontrado en circunstancias comprometedoras, sin embargo en su autopsia consta como que murió por causas naturales. ¿Por qué, pues, este ciudadano, aparentemente notable, corre un riesgo tan absurdo como innecesario la víspera de su esplendor? Es más, tan pronto como su muerte es anunciada, el abogado de Luparello, considerado como el arquitecto de su exitosa carrera, une sus fuerzas a las del principal rival del abogado en el terreno político. Algo no calza bien...

La intención primera de Camilleri no llegó más allá de escribir un par de libros sobre Montalbano, pero cuando su segunda novela, «El perro de terracota», fue recibido con gran e igual entusiasmo por los lectores y la crítica el escritor decidió hacer pasar a su policía de mediana edad por situaciones criminales cada vez más complicadas. Los inmigrantes ilegales, las drogas, la venta ambulante, la prostitución, el fraude y el blanqueo del dinero son algunos de tantos males endémicos propios de estas tierras que hacen acto de presencia en esta serie. En la pequeña ciudad ficticia siciliana de Vigàta, los sucesos más viles se suceden sin que le extrañe a nadie. «Zara zabara, tal como decía el dialecto, o mutis mutandi, como se decía en latín, las cosas de la isla, y en particular de la provincia de Montelusa, jamás cambian, ni siquiera cuando el barómetro indica temporal.»

La prosa de Camilleri es magra, impregnada de ironía y escepticismo, cualidades volterianas éstas que son evidentes en su técnica narrativa. La fuerza de Camilleri reside en su galería de excéntricos personajes secundarios. La Sra. Luparello, viuda admirablemente lúcida de la víctima; Gegè, proxeneta y excompañero de clase de Montalbano; Giosue Contino, de 82 años de edad, maestro de escuela, que se lía a tiros con la gente porque piensa que, a sus ochenta años de edad, su mujer lo engaña, y la inspectora Anna Ferrara de la Brigada Móvil de Montelusa, hija de un compañero de escuela de Montalbano, que no desaprovecha ocasión para seducirlo. Incluso son notorios los dos personajes que trabajan en la recogida de basuras, Pino Catalano y Saro Montaperto, jóvenes arquitectos técnicos debidamente desempleados como arquitectos técnicos, que no dudan en esconder pruebas para ayudar al hijo enfermo de uno de ellos.

Las novelas de Camilleri son realmente divertidas, y es ésta una de las razones por las que son tan populares. Algunas de sus gracias son realmente exotéricas, como la referente al libro que el Juez Lo Bianco lleva escribiendo durante años: «Vida y obra de Reinaldo y Antonio Lo Bianco, maestros jurados de la Universidad de Girgenti, en tiempos del rey Martín el Joven (1402-1409)», ciudadanos de su tiempo a quienes el juez considera antepasados lejanos suyos. El título, como se puede ver, resume por sí solo el carácter del juez.

Montalbano es honesto y decente cuando fuerza a la gente que está interrogando a decir la verdad. Hay, sin embargo, un lado melancólico en su naturaleza que se muestra de forma expresiva cuando se enfrenta a la tristeza inherente a ciertas relaciones humanas. Él tiene una novia «a largo plazo» llamada Livia, que vive y trabaja en Génova. Siempre que el policía se siente especialmente despechado, ella es feliz en ajustar su horario y coger el avión a Palermo para consolarlo. Las escenas en la casa de Montalbano, -casa con vistas al mar, como no podía ser menos-, y con el detective sumido en los celos por Livia, son cada vez más frecuentes y están escritas con una ternura que nunca cae en el sentimentalismo. No obstante, aunque las mujeres de todas las edades encuentran atractivo a MOntalbano, ninguna lo hace en grado mayor que la hermosa sueca Ingrid Sjostrom, que se encuentra casada con un rico siciliano. Ingrid es, según Camilleri, la personificación de la idea que todo italiano tiene de una «bomba rubia». Ella no tiene ni límites ni escrúpulos con respecto a su satisfacción sexual. 
   
Camilleri, ahora a sus 91 años, fumador empedernido, dedicado y desafiante, tiene tal vez su propia muerte en mente, sin embargo espera producir unas cuantas novelas más de Montalbano antes de que ésto ocurra. Él es consciente que la batalla contra la corrupción es interminable. Ni que decir tiene que Camilleri tiene sus detractores, pero suelen ser el tipo de lectores que prefieren la acción por encima de la caracterización y premian el suspense al factor humano. La verdadera Sicilia vive en las páginas de sus novelas; sus olores, sus gustos y sobre todo su lenguaje. Sicilia a su vez está orgullosa de él. Estoy  convencido que es éste un honor que le agrada mucho más que sus sorprendentes cifras de ventas.
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